El fútbol es fútbol, y a veces aparecen jugadores que nadie -sobre todo los aficionados del Barça- esperaban. Ni el más osado se imaginaba que el Clásico fuera la gran noche de Luis Suárez. El orgullo y la garra del uruguayo, no cabían en un Santiago Bernabéu lleno que sabía que no podía fallar a su equipo.
El partido empezó como todas esas noches históricas vividas en el coliseo blanco. Intensidad, mucha intensidad por parte de un Madrid que adelantaba mucho sus líneas, presionando hasta con 7 jugadores la salida de balón del Barça y, como resultado de esto, el Madrid robaba muy arriba. Cuando los de Solari recuperaban balón se encontraba en una situación favorable: Reguilón -gran partido- atacó, Sergi Roberto no llegaba, Semedo salía y la pareja ofensiva del Madrid (Benzema-Vinicius) quedaba sola ante Piqué.
El planteamiento y la estructura del Barça en la primera parte volvió a ser pobre. El 4-3-3 (4-4-2 sin balón) fue muy previsible: Busquets y Rakitić en línea, sin dar profundidad y velocidad a la circulación de balón; Dembélé lejos del área por el gran marcaje de Carvajal y el plan anti-Messi del Madrid dio sus resultados.
El Barça, en la segunda mitad, supo controlar un aspecto que, bajo mi punto de vista, es el más importante en el fútbol: el control de las áreas, tanto la propia como la rival; y ayer sucedió. Ter Stegen apareció una vez más ante las repetidas ocasiones del Madrid, y las picadas del ‘mosquito’ Dembélé con espacios en la defensa del Madrid y el olfato de gol de Luis Suárez se hicieron dueños y señores del área de Keylor. Al Barça le valieron 15′ para rematar a un Madrid -que ayer se llevó un golpe de realidad- que hizo mejor partido que el Barça. Los de Valverde mostraron que gol tienen a raudales, porque ayer el Barça gana por pegada, por efectividad y por la grandeza y el orgullo de varios jugadores.

El último asalto de la triología de los Clásicos en un mes tendrá lugar en el mismo escenario: el Santiago Bernabéu; quizá con un Arthur de titular y un mejor Messi sobre el verde.