El Barça de Valverde no se ha caracterizado por hacer una propuesta de fútbol atractiva. Más bien al contrario. Desde que llegó al club, en el verano de 2017, hasta la fecha, se pueden contabilizar un puñado de partidos buenos, en los que sí, el equipo jugó bien y recordó a aquel Barcelona de tiempos pasados que ya no volverá.
El juego del Barça durante estos años ha sido uno de los principales motivos que han colocado a Ernesto Valverde siempre en el ojo del huracán, señalado por una parte de la afición blaugrana, guardiana del estilo que introdujo Cruyff, que recuperó Rijkaard y que elevó a la categoría de arte Guardiola.
La propuesta de Valverde siempre ha sido más pragmática. Los números, hasta este año, eran su gran aliado. En su expediente, apenas se podían contabilizar borrones. El Barça tiranizó la Liga desde que él se hizo cargo del equipo. Las derrotas se podían contar con los dedos de una mano, y gran parte de esos tropiezos se produjeron con la competición matemáticamente ganada o totalmente encarrilada.
El Txingurri hizo lo más complicado. Armar un bloque sólido, realmente fiable, después del verano en el que se marchó Luis Enrique y huyó Neymar. Es mérito del entrenador rehacer un equipo que se quedó cojo y llevarlo a ganar la Liga y la Copa del Rey en su primer año, y la competición liguera en el segundo. Nadie puede discutir la competitividad y lo compacto que ha sido el Barça de Valverde en España.
Sin embargo, las sensaciones son distintas cuando se repasa la trayectoria del Barcelona con Valverde en el banquillo. Un equipo frágil, quebradizo y sin personalidad en los partidos a domicilio en las rondas eliminatorias, con excepción del partido en Old Trafford contra un Manchester United que distaba mucho de ser el gran equipo que fue en el pasado.
Los desastres de Roma y de Liverpool destaparon las carencias que durante meses taparon Messi y Ter Stegen, los dos principales argumentos que han servido para sostener a Valverde y su proyecto. El argentino, un jugador diferencial, la clave para sacar adelante partidos de todos los colores. Su conexión con Jordi Alba, sus asistencias o sus goles fueron esenciales para los dos últimos alirones. Las paradas del portero germano dieron casi tantos puntos como los goles de Leo.
Cuando Valverde se ha visto sin Messi por lesión, y con Ter Stegen vendido por el nefasto nivel defensivo del Barça en este inicio de temporada, el castillo se ha caído por su propio peso. El Barça lleva sin ganar desde abril fuera de casa, ha perdido 8 puntos de 15, está más cerca del descenso que del liderato y ha encajado nueve goles en 5 partidos. Es el peor arranque en dos décadas. Ni siquiera los números justifican ya la continuidad de un entrenador que sigue quemando vidas.
La Junta Directiva le dio una oportunidad pese al batacazo de Roma, y el Barça terminó ganando la Copa del Rey y la Liga. Se puso como excusa que era el primer año, después de la deserción de Neymar, y que Coutinho no había podido jugar en Champions en aquel partido. Lo del año siguiente fue todavía peor. Una humillación sin paliativos contra un Liverpool que pudo haber goleado en el Camp Nou y que destrozó al Barcelona en Anfield en una de las noches más duras que recuerda el barcelonismo.
En ese momento se dijo que no se podían tomar decisiones en caliente, menos aún en vísperas de una final de Copa que el Barça acabó perdiendo, después de jugar una primera parte lamentable contra el Valencia. Nadie sabe por qué no se cesó al técnico después de ese partido. Solo hay dos explicaciones, que están relacionadas: una Junta Directiva que vive en el alambre no quiere a un entrenador con personalidad, que abra las puertas del vestuario a jugadores que hace tiempo dieron lo mejor se sí, y un vestuario acomodado, con un entrenador que no cuestiona el statu quo de los pesos pesados, ni siquiera cuando se borran en el tramo final de la temporada para jugar con su Selección.
Valverde no ilusionaba en verano a la afición, a la que ni siquiera dos fichajes espectaculares, como los de Griezmann o De Jong levantaron el ánimo. El entrenador no ha sido capaz de domesticar a Dembélé, desquició a Coutinho y va por el camino de hacer lo propio con Griezmann, a quien se empeña en fijar en la banda izquierda. Tampoco parece tener claro qué hacer con el centrocampista holandés que el pasado año deslumbró al mundo en el Ajax.
Ya no es que el Barça se amedrente, se vulgarice hasta niveles preocupantes cuando visita campos como los del Liverpool o del Borussia Dortmund. Nadie exige, por cierto, que gane por sistema en este tipo de estadios, pero sí que se le pide al Barça que no renuncie a su estilo, por mucho que enfrente tenga a los grandes cocos de Europa. Este Barcelona sale derrotado, se entrega a los rivales y queda a merced de las intervenciones de Ter Stegen en un área y de Messi en la contraria.
El problema es que, desde hace un tiempo, todos los campos parecen Anfield para el Barcelona. En las tres salidas de esta temporada, el Barça perdió contra el Athletic en San Mamés y contra el Granada en Los Cármenes, y empató en El Sadar contra Osasuna. Dos recién ascendidos pintaron la cara al campeón de Liga. Particularmente, el Granada, le dio un serio revolcón al equipo catalán, que solamente tiró una vez entre los tres palos.
El crédito de Valverde se sigue agotando, porque a falta de juego, antes le avalaban los números, pero ahora también las estadísticas le dan la espalda. En la jornada 5 ya ha perdido ocho puntos, más de los que ha sumado, ha encajado nueve goles y ya está cuatro puntos por detrás de un Madrid «en crisis». El peor arranque del Barcelona de los últimos 20 años también lleva la firma de Ernesto Valverde.