Pasan los años y Messi sigue deslumbrando cada pocos días, casi todos ellos de un modo diferente. Lo más sorprendente es que, a pesar de ser tan regular y continuo en el tiempo, se ha convertido en algo tan sorprendentemente normal que apenas sorprende. Y no me deja de sorprender la cantidad de sorpresas que alberga en su cabeza, como si las tuviera seleccionadas para sacar el repertorio en el momento exacto, cual mago, para sorprender al rival. Es un artista voraz y sanguinario, a la vez que depurado, capaz de dar una sutil caricia mientras señala con la mirada. Es un impío.
En sus inicios, cuando empezaba a asomar la cabeza al mundo, el talento de Messi no tenía freno ni control, era una bestia desatada que arrasaba allá por donde fuera pero, precisamente, ese hecho le hacía impreciso y a menudo poco letal. Necesitaba alguien que le dejara estallar con autogestión, flexibilidad para desplegar todo su fútbol pero también dotarle de capacidad para elegir la mejor acción y tomar la decisión más adecuada y beneficiosa para sí mismo y sus propios compañeros. Era un Messi que, quién pudiera decirlo, necesitaba ayuda física y mental. Un soldado novato e inexperto con unas cualidades tan insultantes que abrumaban, que no se veían desde hacía décadas.
La siguiente etapa de Messi, con un maestro como Guardiola que sacó su mejor versión al equilibrar cuerpo y mente, fue la de jugador total. Un guerrero capaz de abarcar todo el espacio al abandonar el flanco derecho y hacerse dueño del frente de ataque, amo y señor del campo de batalla. Su capacidad de asociación aumentaba exponencialmente mientras, a su vez, crecían las facultades de sus compañeros. Todo el equipo jugaba a lo mismo y Messi, sin ser la máxima expresión del modelo, supuso la imagen de su ejecución. Dominaba el espacio y el tumulto. Era capaz de controlarse a sí mismo y a sus oponentes. Se había proclamado órgano decisorio y ejecutor. Para algunos, el hijo de Dios.
«Dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los ganados y los reptiles de la tierra”. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, […].» (Gn 1, 26-27)
La evolución de Lionel era un hecho, como también fue un hecho que hubiera quien ya no se dejara sorprender por él. Lo inevitable, por momentos, comenzaba a ser evitable. Messi, el mayor artista de la era moderna, presenciaba impotente cómo sus mejores socios y aliados debían abandonar el frente. Xavi, quien pudiera ser Diego Velázquez en su propia obra Las Meninas, autor en la sombra y notario de las mejores obras de Messi, buscó retiro en Qatar. Iniesta, también presente como el Greco en su obra El entierro del Conde Orgaz, decidió marchar a Japón. Así, Messi quedaba como único superviviente de la Santísima Trinidad. Desde entonces, su papel y relevancia no ha hecho más que crecer.
Ahora, mucho más maduro y consciente de que no tiene la misma explosividad en sus piernas pero sí mayor comprensión de juego y el espacio, el argentino ha creado el momento Messi [Albert Blaya]. Ya no tiene la capacidad de aparecer continuamente para salvar a sus compañeros, incluso para salvarse a sí mismo. Sin embargo, ha encontrado en su cabeza su mejor elemento ejecutor. Cuando parece que no está se cree que desaparece pero, en verdad, se le siente. Está observando, pensando, analizando las virtudes y los defectos de sus oponentes, estudiando de qué manera llevar a cabo su plan y qué situación es la más idónea para su ejecución. Sus movimientos sirven como provocación y ahí es donde Messi es único, sacando a relucir las flaquezas de quien pretende amedrentarlo.
Si su punto débil, dicen, son los penaltis, él se especializa en disparos desde fuera del área en los que, a sabiendas todos de cuál va a ser la trayectoria del balón, lo golpea sutilmente para colocarlo ahí, justo donde parece que llegan todos los porteros pero donde ni el mayor guardián de los palos llega. Tan inalcanzable parece su cota de evolución que los aficionados del Barça celebran faltas en la frontal del área como si de penaltis se tratasen. Es el último milagro de Leo. Convertir los penaltis en faltas y transformarlas como si fueran penaltis. Incluso convirtió un penalti en un libre indirecto. Es el elegido.
Una buena manera de contarle a los nietos quien era Leo Messi, será enseñarles sus goles con la derecha y añadir: «Pues esta era la mala». [Albert Morén]
Messi ha llegado a tal orden mental que su cabeza basta para desordenar a un bloque férreo y compacto. Tiene la habilidad de ser quirúrgicamente vital y preciso. Es especialmente todoterreno y espacialmente terrenal. Cuanto mayor es la resignación de la víctima, mayor es la pausa del argentino. Cuanto más complicada parece la empresa, más hegemónica es su irrupción. Cuanto más oscuros están sus compañeros, más celestial se torna. “Cuanto más cerca ve el final, más el de quienes le rodean que el suyo propio, más estimulantes son sus versos” [Francisco Cabezas] .
Messi dispara como un francotirador, analiza el juego como un estratega, pelea como un soldado, estudia como un estadista, lidera como un capitán y, al igual que la muerte, aborrece tanto a quienes le aman como a quienes le odian. Necesita al colectivo pero se basta a sí mismo. Pide ayuda mientras alcanza la salvación. Es, en su esencia, un superviviente. Messi es un tuareg.