Sergio Busquets en los Bordes

«Me paso el partido pensando y calculando cuántos hay a la izquierda, cuántos a la derecha… En el fondo, el juego del mediocentro ha de ser muy lógico. ¿Qué requiere la situación? Eso hago. No hay muchas más preguntas. Es una posición en la que debes estar los 90 minutos concentrado. A nivel defensivo, mi juego es pura coherencia, es muy simple.»

Sergio Busquets nació desde el silencio. Nadie se percató de su presencia en aquel camerino repleto de estrellas, de divos automirándose en el espejo. Sergio emergió como emergen aquellas cosas que encuentran su sitio mientras nadie las mira, que se amoldan como el humo del cigarrillo en una habitación, ondeando sutilmente. Nadie lo ve, pero todos lo notan. Hasta que un buen día su presencia se ha convertido en algo esencial, una parte de ti mismo. No sabes por qué, pero ya no puedes pensar sin su presencia rodeándote. Sin aviso, Busquets empezó a tejer un aura extraña a su alrededor, una membrana que lo envolvía, dejando a la vista solo a un futbolista que se limitaba a hacerlo parecer todo fácil. Busquets siempre estaba ahí aunque muchas veces nadie lo mirase.

Busi ha reconocido en numerosas entrevistas que se considera «un bicho raro». Un objeto extraño en un mundo tan teatralizado como el del fútbol, un actor sin guion, como de adorno, sin querer tomar parte en la gran función. Pero a la par imprescindible. Es precisamente por esa condición de extraño, de jugador que nació sabiendo absolutamente todos los trucos de la posición más compleja del FC Barcelona la que terminó creando esa obsesión en mi por intentar comprender el sino de un jugador inclasificable. Entender a Busquets es entender al fútbol, como coger una pala y cavar en el estómago del Fútbol, buscando, hurgando en sus secretos. «Si te fijas en Busquets, ves todo el partido», decía Vicente del Bosque, que no dudó cuando le preguntaron qué jugador quería ser. Quizás porque Busi es eso, un jugador, no es estrella ni una marca, no es un personaje, sino un futbolista, en el sentido más primerizo y puro de la palabra. El futbolista precedió a la persona, como si Busi hubiera nacido ya habiendo jugado los partidos que te marcan en la carne.

Entender su figura es entender nos remite al Big Bang del fútbol tal y como lo conocemos. El FC Barcelona de Guardiola dinamitó este deporte, lo elevó a una esfera a la que nadie ni nada se le había acercado y, por eso, Busquets es tan especial. Porque nació ahí, sin antes haber probado el sabor amargo de la derrota. Empezó a ganar antes que a jugar. Antes que aprender a gatear. Sergio es un futbolista forjado en la excelencia, es el culmen de una idea, de un objetivo común, la sublimación de una idiosincrasia concreta. Busquets ya en 2009, cuando asomaba su cabecita imberbe, ya había ganado. En 2010, con apenas 22 años cumplidos, era el mediocentro titular de la selección campeona del mundo y del mejor FC Barcelona de la historia. Y nadie se dio cuenta. O sí, pero no de la forma que una irrupción así merecía, sino que fue algo imperceptible. Escribía el gran Abel Rojas que «el sencillo parece sobrado y lo sencillo es casi imparable«. Busquets es la sencillez llevada hasta los bordes más absurdos. Estirado al máximo. El fútbol de Busquets está en los límites mismos del deporte, entre la locura y la sobriedad, entre lo austero y el adorno.

Durante muchos años, Sergio vivió apartado del mundo. Porque ahora, sin un perfil en Instagram o Twitter no eres nadie, y Busquets, hasta hace poco, no los tenía. «No me hacen falta, no me gusta«, decía. Busquets, si pudiera, viviría eternamente en el círculo central. No ha habido mayor guardián que el de Badia, futbolista catedralício a la hora de manejar el tempo de un partido, de dictar el ritmo, de bailar sin moverse. Busquets, lejos de los movimientos bailerinescos de Andrés y las vueltas infernales de Xavi hizo de la finta, del recorte en seco, un arte. Sublimó el regatear sin moverse, apenas dando un pasito. Ir a robarle un balón a Busquets es intentar quitárselo a tu propia sombra. Sergio enseña el cuero, como un caramelito para el defensor que, alocado, salta en busca de lo que, teóricamente, es un robo fácil. Sergio está cerca de su portería, apenas unos metros separan al rival del premio, y Busi juega con los nervios de su contrincante. Lleva el juego a un estado mental en el que él es el único capaz de manejarse con soltura. Allí donde el circuito nervioso es aplastado, Sergio dibuja fútbol. Y el partido no se para. No hay highlights, no hay nada, salvo un ooh tímido en el graderío, como el que se hace cuando se ve una estrella fugaz. El fútbol de Busquets es constante, sólido, pero el público solo le pone el ojo para degustar algún detalle de su orfebrería.

A veces hay algo en Busquets que te hace dudar. Su rostro hierático, a ratos inexpresivo, su porte diligente, su correr sufrido, como de no llegar nunca a la hora, piernas largas, pero un trotar lento, evidenciado en distancias largas, cuando siempre parece el más lento de la clase. Sus gestos delicados, medidos a la perfección, en la frontal de su área. Busquets no entiende el pánico escénico, no escucha el cuchicheo del Camp Nou cuando una presión adelantada amenaza en romper el frágil ecosistema del FC Barcelona. Busquets nació del silencio y en él trabaja. Le da igual el contexto porque Sergio es un «bicho raro», alguien que no comparte los códigos preestablecidos. Alguien distinto.

Sergio vive y juega en silencio, envuelto en una manta que parece oprimir pero que en realidad libera. Busquets entiende que para jugar bien al fútbol no hace falta demostrar que sabes jugar bien, sino, sencillamente, jugar. Entender. Su fútbol ha tenido que convivr con muchas mentiras instaladas en el imaginario de la gente. «Busquets no corre». Sergio es de los futbolistas que más km corren en un partido. Así lo explicó él. «Soy lento, así que no paro de moverme para estar siempre bien posicionado, pensando, viendo cómo ayudar al equipo«. La gente no lo ve porque el fútbol, como la vida, va cada vez más rápido, cada vez más acelerado y no posamos nuestra mirada en aquello que requiere tiempo. Y Busquets lo requiere, porque en él no está el highlight sino el espesor de un partido, las entrañas del fútbol.

Escribir sobre Sergio Busquets es ponerte ante un futbolista fascinante a la par que complejo, como una figura geométrica poliédrica a la que lleva tiempo estudiar. Lo sencillo jamás fue tan complejo. Cruyff lo sabía, Guardiola lo sublimó, y Busquets lo entendió como los niños entienden que mirar el sol quema.

Sergio Busquets es la sencillez compleja.

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