Exámenes Finales

La primera vez nunca se… recuerda. Sumidos como estamos en un mareante baile de fases, hace poco se me ocurrió que el icónico gol de Koeman representa mi «momento 0» futbolístico. Su imagen con las mejillas rosadas tras haber roto el hielo desde la frontal en Wembley es como la foto de tu bautizo o la primera vez: por definición sabes que estuviste aunque seas incapaz de aferrar el recuerdo. 20 de mayo de 1992, Barça de naranja progresista; me consta haber visto la final con mi padre y con José Ángel de la Casa, pero no almaceno ningún fotograma del partido por más que un paradón de Pagliuca a Salinas o un palo de Stoichkov tras pase de Laudrup con el exterior sean crème de la crème literaria con la que engalanar estas líneas. Mis inexpertos ojos tuvieron sin retener. Me hace gracia pensar que sí recuerdo instantes de la soleada primera Liga de Tenerife, que se decidió el 7 de junio de aquel año, por lo que en cuestión de 18 días empecé a capturar memorias. No hay que magnificar las primeras veces. De hecho, los de Cruyff no tenían prevista celebración alguna y tuvieron que pagar de su bolsillo a los camareros del bar del hotel donde se alojaban en Londres para poder hidratarse merecidamente junto a sus allegados. Aquella noche me fui a la cama feliz e inconsciente, que al día siguiente había cole.

Segundas partes fueron buenas. Tuvieron que pasar 14 años, tres Champions del infalible eterno rival, un cambio de siglo, de milenio y hasta de moneda para que los culés volviesen a presentarse a un examen final por la Orejona. Ronnie, Eto’o y Giuly llegaron donde no pudieron Rivo, Kluivert y Figo. París, 17 de mayo de 2006, Barça con atípicos calzones granates y la sonrisa por bandera: la segunda Copa de Europa coincidió con mi primera experiencia fuera de casa y me pilló (sobre)pagando cervezas en libras, rodeado de corpulentos supporters del Arsenal que hacían que Campbell pareciese un tirillas. En el primer acto todo le salía cruz a los de Rijkaard: recuerdo preferir con todas mis fuerzas que subiese al marcador el gol de Giuly antes que la expulsión de Lehmann —me faltó perspectiva— y mi indignación tras el gol gunner precedido por un golpe de melena de Puyol. En el descanso no hubo charla conmigo mismo porque cuando rondas los 20 y estás de Erasmus remontar es lo normal y el post partido suele mejorar los 90′. El gol de Eto’o por el palo corto fue como colarse en una disco: la puerta se cierra a tu espalda y una ráfaga de viento liberador te empuja hacia adelante. On the dancefloor aguardaban Iniesta, Larsson, Belletti y Almunia, y de la noche recuerdo sólo que ganamos.

Foto: The Sun

No hay dos sin cuatro. Las finales ante el Manchester United triangulan recuerdos en mi mente y se tiran paredes con la misma precisión de aquel armónico equipo-orquesta, por lo que ambos partidos habitan los archivos de mi memoria como entregas de una saga. Mezclo acciones de ambos choques porque reconozco la partitura. Roma, 27 de mayo de 2009 y Londres, 28 de mayo de 2011: el Barça decidió jugar durante unos años a encerrar la eternidad en un rectángulo y nos hizo creernos por encima del bien y del mal. Guardiola, Xavi, Alves, Iniesta, Puyol, Messi. Así cualquiera. Nos bienacostumbramos a la excelencia, a no contemplar otro escenario vital y futbolístico que no fuese la victoria por inercia y todo lo vivido después forma parte de las inevitables secuelas de grandeza de un ciclo irrepetible en el cómo. No parece haber suficiente agua que mitigue esta resaca de comparaciones odiosas, esta nostalgia de algo que no volverá mezclada con la injusticia de pedirle a la chica de hoy que sea como la de ayer al asomarnos a la ventana. Quizá el sufrimiento se diluya con el tiempo y por eso hoy recuerdo la tercera y la cuarta como un paseo —triunfal, pero paseo al fin y al cabo— hacia lo inevitable. Una década después, nadie olvida lo que significó ganar disfrutando y disfrutar ganando.

Meter la quinta. La última Champions blaugrana hasta la fecha es la única que considero haber ganado de mayor, esto es, con cierta consciencia de intuir qué sucederá si ganas sin dejar de barruntar cómo te sentirás si pierdes. En la balanza adulta uno coloca la ocasión ganada y la ocasión perdida, que pesan respectivamente como un kilo de paja y uno de plomo. La carrera de Messi cuesta arriba o cuesta abajo según nos sople el viento de la moral. Los de Luis Enrique llegaron lanzados a un Triplete que supo a modernidad, a manejo saludable de otros registros dentro del a veces farragoso libretto barcelonista. Así también se puede, exclamó Lucho. Berlín, 6 de junio de 2015: el Barça más vertical, divertido y dañino metió la quinta ante una Juventus incapaz de contener la química de un tridente que de camino a la final ya había arrasado a City, PSG y Bayern. Y a quien se hubiese puesto por delante. El partido lo vi sin uñas en casa de un amigo interista y tras el 2-1 de Suárez ambos brincamos de entusiasmo y enloquecimos en absoluto silencio para no despertar a su hija. Si esto no es el vivo retrato del fútbol de mayor, yo no sé. Cuando Xavi alzó la copa y llovieron papelitos de colores yo iba en coche camino de un torneo nocturno de fútbol sala que también gané porque hubiera quedado feo el asincronismo.

***

Ayer se hubiese disputado la final de Champions en Estambul pero este 2020 se empeña en cambiarnos las preguntas del examen y quizá hasta las respuestas. El virus mueve fechas y sedes, así que sólo sabemos que el Barça buscará la copa del asterisco algún día en algún lugar. Y si esto ocurre, nos sentiremos de alguna manera que hoy es imposible intuir.

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