FUEGO A DISCRECIÓN | Jorge Ley
“Ansu y Riqui nos han dado dinamismo”, dijo Setién al terminar el parto vasco contra Unai Simón. Y yo solo me senté a esperar el relámpago furioso y las encíclicas interminables de quienes, nada más escuchar alabanzas a un canterano, corren exasperados entre una muchedumbre mientras van arrojando gente por los suelos simplemente para llegar a tu puerta y repartirte la adversativa clásica del “Pero es muy pronto. Que vuelva más tarde”. Al ritmo que piensan algunos que debe moverse el fútbol y los ciclos naturales, la próxima aparición estelar de las criaturas de La Masía será en un andador y con una boina en la cabeza. Un buen día veremos a Riqui Puig cargando con su segundo hijo en el cogote y El País bajo el brazo en una portada del ¡Hola! y todavía alguno soltará entre dientes el “Ya llegará su tiempo”.
Dramático es, desde luego. Una afición desmemoriada le hace un flaco favor a su club. Y vaya si lo hemos aprendido con dolorosas exhibiciones de pleitesía a quienes aún hoy pasan por dirigentes de fútbol comunes y corrientes, y no como pesadillas andantes para cualquier cabeza medianamente amueblada. En esta consideración no entran, no en su totalidad, las convenientemente subvencionadas para la supervivencia. Pero a esta altura ya estamos curados de desoladores espantos y cada elección uno se va a su casa cabizbajo y apaleado, como si lo azotara un Origi funcionarial que reparte papeletas. El peligro, de carácter casi existencial para el club, reside en quienes compran intramuros esta mercancía averiada según la cual los canteranos sirven (solo) para hacer caja y ser lucidos como estampas en algún álbum de souvenir. Algo relativamente normal, por otro lado, si uno ve el fútbol como un turista al que alumbran muchísimo los objetos luminosos que cuestan lo que el club ya no puede pagar. Pero esto no es impedimento ya, sino requisito.
De Setién esperábamos otra cosa. Es entendible tener respeto, y respeto casi ritual, a un vestuario de históricos que a cada paso parecen dejar trazos de oro como si fuesen sucedáneos de Midas. Lo han ganado todo y más temprano que tarde, si no desvalijan el club hasta los cimientos, habrá más de una estatua a las afueras del Camp Nou o donde toque. Pero de Setién, el del fútbol fresco y la vuelta, aunque sea un poquito, a las esencias, era esperable más que un comportamiento burocrático y funcionarial. Para estos rupestres viajes no hacían falta tantas alforjas. ¡Ni alforjas at all! En ese sentido, su declaración valverdiana respecto a los minutos jugados- es un decir- por Suárez es apocalípticamente precisa. Y de Valverde quedó mucho salvo un gratísimo recuerdo. A ver si Quique, como legado, deja a Riqui y Ansu en un papel más protagonista que el de cascos azules de un juego decadente.