Gracias a su capacidad simbólica el fútbol es un enorme generador de mensajes que trascienden al juego. En clave blaugrana, por ejemplo, Lionel Messi es una historia épica. El argentino cumple al pie de la letra el patrón del mito heroico: el niño que es separado de su lugar de origen (Argentina), surcando una gran distancia, acuática o espacial, hasta llegar a un lugar fecundo (el planter), donde, de inicio, manifiesta un carácter apocado para, finalmente, emerger omnipotente como salvador del pueblo que lo acogió. Es el mismo arquetipo que encontramos en historias como Supermán y que han pervivido, precisamente, por cumplir un guión anclado en el imaginario colectivo.
Xavi Hernández, en cambio, no se interpreta como una historia con su comienzo, nudo y desenlace aunque su figura ha forjado igualmente un mensaje potentísimo para la parroquia culé. En el de Terrassa subyace, ante todo, un discurso que recoge toda una cultura futbolística. Xavi es el máximo exponente del estilo del Barça, una constante que ha perdurado durante décadas y que alcanzó en este centrocampista su máxima sublimación.
Messi y Xavi, por tanto, han marcado la historia del Barça, pero su legado difiere en relación con su propia significación: historia versus discurso. Estas dos dinámicas, no obstante, tampoco fueron opuestas. Se complementaron y reforzaron mutuamente cuando coincidieron, pero cada una poniendo énfasis en sus respectivos mensajes. Aunque pueda sonar extraño, Messi no representa la esencia del estilo Barça en tanto que su dimensión excede al mismo. Lo engloba, por supuesto, pero lo desborda. Pudo y puede participar de ese estilo, pero el argentino también es mucho más que eso por lo que respecta al cómo.
El legado de Xavi, en cambio, es más determinante como ideología futbolística. La ingente cantidad de títulos, de los que también fue en gran parte responsable, no interfieren en que le reconozcamos, principalmente, como un canon del estilo. Es el juego de posición por antonomasia, la multiplicación de líneas de pase, el dar y ofrecerse, el tocarla con fluidez hasta distraer, desordenar y agotar al rival. Si hay un concepto que define a Xavi, con respecto al juego, es continuidad.
En el otro extremo, lo que llega a Messi suele terminar en Messi o en algo que ha provocado previamente Messi. O al menos, en un porcentaje considerable de las ocasiones. Ese es su impulso natural. Cada participación de Leo es una aventura hacia la portería y en dirección a ella se proyecta, ya sea por medio de conducción, desborde, regate, asociación, asistencia, desmarque o disparo. Si hay un pensamiento que define a Messi es el de culminación.
Es tal el influjo que estos dos jugadores provocan hoy en el seno del barcelonismo, en general, y del club, en particular, que sus proyecciones están determinando la política deportiva del club, en un sentido o en otro.

Durante mucho tiempo el Barça apostó por afianzar un modelo de juego determinado que ha representado como pocos Xavi Hernández. En función de ese discurso futbolístico, la cantera azulgrana puso el foco en la captación y desarrollo de un tipo de centrocampista con un perfil muy concreto que garantizaría la sostenibilidad de dicho estilo. Luis Milla, Guillermo Amor, Pep Guardiola, Albert Celades, Iván de la Peña, Gerard López, Oscar García, Roger García o Mikel Arteta, fueron algunos de estos futbolistas que antecedieron al egarense, como posteriormente lo fueron Andrés Iniesta, Sergio Busquets o Cesc Fábregas. Cada uno con un matiz diferente, pero todos fácilmente reconocibles bajo un mismo denominador común: mediocampistas de toque preciso y con el manual del juego posicional incorporado como un gps.
Pero aquella dinámica cesó. No pretendo profundizar en las causas que llevaron a ello, pero sí en el hecho de que a partir de cierto momento la dirección deportiva dejó de priorizar el desarrollo de este tipo de jugador. Y no solo por lo que respecta a la cantera, sino también por lo que compete a los fichajes del primer equipo, que ya no respondían al tipo de centrocampista anteriormente mencionado, sino a un perfil distinto, algunos con un mayor potencial físico y otros jugadores de un marcado corte ofensivo a los que luego se intentaba adaptar al puesto de interior.
En cierto modo, se puede afirmar que el Barça renunció a la ideología futbolística que le había servido de guía casi por dos décadas. El “molde de Xavi” que generaba estructura e identidad se fue abandonando hasta que por fin pareció querer enderezarse con el fichaje de Arthur Melo y, posteriormente, de Frenkie De Jong. Dos futbolistas muy jóvenes, lo que auguraba una pretensión a largo plazo. El brasileño fue el primer jugador que, desde la marcha del de Terrassa, volvía a mandar en el centro del campo, con una participación continua y un nimio porcentaje de error. Es cierto que la irregularidad, como en el caso del holandés esta primera temporada, fue una tónica. Pero también que a su edad – se le fichó con 21 años – las opciones de madurar eran grandes, máxime si la venida del “profeta del control” al banquillo azulgrana ya se avecina en un horizonte de apenas un par de temporadas.
Bartomeu y su junta, no obstante, parecen haber vuelto a frustrar esa opción de retorno al origen con el reciente traspaso de Arthur a la Juventus, más obsesionados en acaparar potenciales “historias épicas” individuales. Obcecados en la inversión por estrellas – reales o potenciales – en el frente de ataque, tal son los casos de Ousmane Dembelé, Philippe Coutinho o las tentativas por Lautaro Martínez y la sempiterna de Neymar jr. En definitiva, tratar de replicar el molde de Messi – ni que fuera con la suma de varios -, como si Messi fuese repetible o remplazable de alguna manera. Como si no dispusiesen ya de un planteamiento que sí se pudiera replicar, testado y con éxito.
Las historias se disfrutan hasta que culminan. Las ideologías se adoptan.