If I speak I’m in big trouble. Igual que existen los códigos de vestuario y las frases hechas del periodismo deportivo, urge consensuar un libro de estilo del aficionado para facilitarnos a todos el consumo del deporte antes conocido como fútbol (se la robo a Ballester). A mí el VAR me pareció terrible desde el minuto uno, lo dejo claro ya en el primer párrafo, aunque reconozco que después del parón me está costando criticarlo públicamente porque —ataques tontos de ética que le dan a uno— podría parecer que lo hago con la bufanda puesta y ya pasamos bastante calor en este verano con mascarilla. No es eso. Estoy esperando a que la tostada tecnológica caiga por el lado sin mantequilla alguna vez y beneficie a los míos porque explotar ahora que siempre sale cara a los blancos sería poco elegante y nada deportivo por mi parte. Estoy como el niño que aguanta la respiración en el archiconocido meme.

Se veía venir. Hace casi un año me tiré a la piscina presagiando que el VAR duraría poco en la Premier, un torneo cuyos aficionados a menudo exhiben una mezcla de purismo y arrogancia que deriva, es justo admitirlo, en un análisis más sensato y crítico de la herramienta respecto al que llevamos a cabo a orillas del Mediterráneo, donde el fervor por unos colores nos nubla la vista. Como escribí entonces, «en Italia y España se ha experimentado un proceso similar de adaptación al VAR: tras semanas utilizando con frecuencia el nuevo juguete y corrigiendo sin titubeos las decisiones (fase 1), se llega a un inevitable corporativismo mezclado con miedo a equivocarse en el que se inicia un peligroso círculo vicioso de inacción (fase 2) que provoca que el instrumento sea a todas luces inútil y genere mayor controversia de la que causaba el ojo humano, que no era poca». Ya nadie duda de que ni hemos ganado en justicia ni ahorramos en polémica. Sigan.
Emociones en pausa no, gracias. Lo que quiero decir con todo esto es que en Inglaterra se critica primero al instrumento, a la insoportable espera mientras se toman decisiones del todo incoherentes o al desencanto de no saber si y cuándo celebrar un gol —para mí este motivo es más que suficiente para desterrar el VAR sin pestañeos—, mientras en España cualquier atisbo de análisis se emite bajo el prisma de mi equipo, yo, yo, yo he sido perjudicado. Se debate desde el y tú más. No sé si al final desaparecerá en la Premier, acaso por llevar la contraria a the continent, pero tengo claro que ha venido a La Liga para quedarse. Me conformo con el desasosiego general que percibo y suscribo la idea de Roberto Palomar de que «lo revolucionario sería retirarlo, volver a lo de antes que, visto lo visto, no era tan malo como creíamos. Es paradójico pero sería un avance: dejar el fútbol donde estaba».
Quéjate, que algo queda. Por su parte, el Barça podía caer en la tentación de no lograr aguantarse la crítica pública como sí hemos hecho yo y el niño del meme, pero para sorpresa de nadie el club ha caído en la trampa. El ciclista, central y portavoz Piqué lanzó el aviso primero con palabras y después con gestos manuales en pleno partido, el auditor Setién confirmó en rueda de prensa que pasan cosas y, lo que es más grave, Bartomeu corroboró que la posición institucional era la queja y el pataleo. Así las cosas, además de desviar la atención del tema fundamental que afecta al equipo, el llanto organizado de las últimas semanas supone una (otra) ocasión perdida para demostrar que el seny no es un concepto abstracto que engalana las presentaciones de estrategia digital del club. Tengo la sensación de que a este Barça inánime no le interesa hablar de fútbol por miedo a gastar lo poco que le queda.
Rompecabezas. Los brotes verdes del encuentro en La Cerámica resultaron ser un previsible espejismo de empatía, un retoque táctico en forma de estrella fugaz, el tercer deseo que le pides al genio de la lámpara cuando te mete prisa. La cruda realidad es que el equipo sigue anquilosado —quién lo desanquilosará— y Setién no se decide a cambiar las piezas de su puzle incompleto y estático. Después del partido contra los no muy ruidosos vecinos del Espanyol, Albert Blaya escribió con su habitual tino que en este Barça «el atrevimiento se congela en el banquillo mientras los titulares se mueven como en un baile a cámara lenta». La Liga agoniza y, aunque duela escribirlo, esta tarde en Valladolid hay en juego poco más que comprar algo de tiempo y retrasar el inevitable alirón blanco. Que llegará no por culpa de la tecnología sino por catastrófico demérito de un equipo que ni está ni se le espera. Esto lo ve hasta el VAR.