Destino final

Berlin. 2015. Un FC Barcelona nacido de las cenizas tiene un sueño. En él, aparece el futuro del club y del equipo desolado tras conquistar el segundo triplete de la historia del club. Josep Maria Bartomeu, con sudores fríos y pulso acelerado, se despierta y no hace más que sonreír. Ha ganado. El futuro, si es que jamás le importó, le daba absolutamente igual en aquel momento de éxtasis culé. Mientras el aficionado se regodeaba en el dulce veneno del presente, Bartomeu y su séquito no hacían sino callar el sueño que habían tenido. Desde 2015 el FC Barcelona lleva escapando de la muerte, huyendo de la evidencia. Solo el poderío absurdo del Bayern aniquiló, ahora sí, a un club que ya estaba sobre la lona.

Hace tiempo que en el Camp Nou es más importante, o por lo menos la gente lo percibe así, el discurso que el fútbol mismo. Lo primero da pistas sobre lo segundo, aunque el fútbol del Barça sea una paradoja; incompleto, incoherente, arcaico. No está preparado para la élite de la misma forma que fueron los Messi, Piqué y Busquets quienes se encargaron de crear este nuevo fútbol hace una década. El destino siempre es retorcido. Discurso vs Fútbol. Y entre esta guerra de bandos que desde fuera nadie entiende solo pierde un Barça que ha sufrido tal erosión en su idea y su pedigrí que ahora se aprecia lo liviano y blando que es un escudo que antes aplastaba a sus rivales solo con posarse delante de su mirada. La memoria, aquello que los grandes de Europa pasean con orgullo y les sirve de ayuda, es para el Barça una tortura lenta y jodida: les recuerda lo que ya no son.

Pero vamos al discurso. Setién decía, hace unos meses, que «mi equipo va a jugar bien«, que «los jugadores están ilusionados y están cogiendo rápido los conceptos». Sonreía. Se mostraba enérgico, convencido. El vestuario, como un virus desconocido, caló en su sistema y le borró todo signo de vitalidad. Poco después Setién, viendo que el fútbol le quitaba la razón, volvía a su mensaje inicial pero con matices, con dudas, con «sí, pero…» y su sonrisa ya no existía. El Barça, en un mes, lo había devorado. Es un club obsesionado desde dentro en agradar a los de fuera, obsesionado en parecer lo que no es. Ernesto Valverde, quien siempre entendió la naturaleza pobre, plana, coja, del Barça. Porque es, en esencia, un equipo incompleto. Diezmado en su esencia y sin piezas para ser algo distinto. Se ha quedado en una especie de bardo mientras el fútbol, inmisericorde, le recordaba cada año sus flaquezas.

Seguimos con el discurso. Se agarró Arturo Vidal a la previa a lo de «somos el mejor equipo del mundo«. La bravura del chileno fue aplaudida porque, como ya he citado, la gente presta más atención al discurso que al fútbol. El Barça lleva tanto tiempo sin ser el mejor equipo del mundo que las declaraciones de Vidal me provocaron cierta gracia, como cuando un niño presume de algo que no tiene, pero ves su inocencia y le ayudas, le convences. El Bayern lo miraba con esa desidia adulta propia con la que se miran los niños engreídos. Setién no se atrevió a declararse «el mejor», puede que consciente de que el Titanic se estaba hundiendo y nada era más absurdo que decir que todo iba bien. Ante el Napoli ya avisó: «No somos tan buenos». Es extraño que Setién, que hace poco proclamaba su libreto curyffista y su alegría a los cuatro vientos, se volviera rácano y plomizo. Se alineó con la salud del Barça, que es la que el Bayern expuso; terminal.

Destino final. Lisboa. El trayecto tuvo muchos avisos, sueños en los que se veía al Barça vapuleado, borrado de un mapa que ya no dominaba aunque desde dentro siempre se considerasen los mejores. Viven, muchos, en 2011, o tal vez en 2015 donde un ejercicio de dominancia absoluta les llevó a un imposible. Madrid en 2016, remontados ante un Atleti que les comió la energia, París 2017, olvidado tras la increíble remontada, Turín 2017, la confirmación a la que nadie miró, Roma 2018, la pesadilla que se obvió, Liverpool 2019, la muerte que pasó por alto. Como en la saga hollywoodiense, al final la muerte siempre viene a por ti; siempre. No hay equipo más cruel, que simbolice mejor a la parca que el Bayern, los ohros bávaros se inflaron con sus declaraciones, pero es que en su caso el fútbol y el discurso sí van de la mano.

El Barça se olvidó de jugar al fútbol, de competir cuando el ritmo le superaba. Anclados a un pasado que es ya una condena, incluso Leo Messi parece haber perdido toda esperanza. Y esto, amigos, sería no la muerte, sino la desaparición de todo cuanto hemos conocido esta década gloriosa.

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