El preso «deluxe» y la moción

FUEGO A DISCRECIÓN |  Jorge Ley

La confirmación de que Messi se queda, a pesar de sí mismo, es, antes que nada, un hecho por el que hay que compadecerse de la Junta. Y que obliga, fruto de la cortesía condescendiente, claro, a mandarles un fuerte abrazo porque, a pesar de las convenientemente amplificadas gesticulaciones, no logró el objetivo primigenio al que ya le hacía ojitos Rosell en aquellos primeros años de demolición de la herencia recibida: Venderlo. Deshacerse de él como si fuera un 10 cualquiera. Rosell buscaba ya al siguiente gran astro a expensas de descuidar y maltratar al que ya era el Barça con piernas; al final, siempre han sido hijos postizos de Florentino y sus galacticidios. ¡Habiéndose el mismo Florentino bajado del caballo cojo!

Bartomeu ya no lo intenta(ba) por un espíritu vanidoso, ni mercadotécnico. Ya en él no había delirios de grandeza propios de personajes borrachos con sus propias mentiras, sino puro instinto de supervivencia. El negocio habría sido un cataclismo deportivo, y una ruina económica en el mediano plazo, dejando de percibir unos ingresos que no compensaría ni un Neymar en esteroides. Pero nada de eso le importa al todavía inquilino de Les Corts. La venta de Messi habría facilitado cuadrar las dichosas cuentas y salvar sus patrimonios, ahora mismo en la línea de ser reclamados. No hay responsabilidad, ni golpe de mando en la pavorosa gestión del ínfimo president respecto al caso (¡Y vaya caso!) Messi; como mucho, un acto de infinita ingenuidad al pensar que cualquier City o PSG llegarían con sus infinitos petrodólares a resolver el entuerto y rescatar a Leo de la prisión que con tanto esmero han convertido la que ha sido su casa desde los 12 años. Escuchadas las proclamas del 10 en Goal y, en especial, el silenzio stampa del mudo en jefe, cabe pensar que se trata de una ingenuidad casi idéntica a la de Messi imaginando en el palco unos dirigentes leales y sinceros. Para ser un gran triunfo de Bartomeu, ¡qué capacidad de venta!, es notable la absoluta indiferencia con la que los canales de comunicación del club recibieron la buena nueva. ¡Hay quién diría que no era el resultado deseado! Y por esto no hay que descartar nada.

Ante la destrucción segura, constatar que un mono con dos pistolas sería menos peligroso para el futuro de la institución que la cuadrilla de Bartomeu, el esfuerzo de muchas organizaciones culés ha hecho posible elevar una moción de censura como SOS. Y el primer recuento oficial, 7500 firmas de 16500 necesarias, tiene un mérito indiscutible a partir de la inexistencia de partidos, la crisis sanitaria y el vacío mediático con la que se ha recibido el proceso. Existe una interpretación que señala a los pesos pesados por no pronunciarse frente a este intento de salvación. Para replicar no hace falta hacer recurrir a Piqué, primer firmante oficioso. Basta con atenerse al festival de bofetadas de Messi. Nada de traducir sus silencios, sino hacer de exégeta de sus palabras. Porque Messi, además de quedarse sin llevar a juicio al club, le hizo otro favor eterno al Barça: Firmó una moción de censura contra una Junta que representa un peligro existencial para toda la institución y que, efectivamente, Dagoberto, cabe desalojar.

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