Sucede que me canso de ser hombre. La mayoría de muletillas que se ponen de moda en ese gallinero necesario que es Twitter sigue el siguiente patrón semántico: una determinada expresión —por lo general anglófona y no siempre bien traducida— alcanza la fama planetaria y durante semanas o incluso meses parece que no supiéramos expresar nuestros sentimientos futboleros sin utilizarla. Qué me pasa, Doctor. That’s it, that’s the tweet. Sucede que de tanto usarla a granel, como el amor, se nos acaba rompiendo. Inevitablemente y quizá con un punto de justicia, su sentido se pasa de rosca y antes de darnos cuenta la frase significa lo contrario. Por eso, cuando encontramos un «no me seguís para leer obviedades» sabemos que a continuación se nos ilustrará con una genialidad de cajón de madera de pino. Por eso, cuando alguien afirma que «no estáis preparados para esta conversación» nos resignamos a afrontar, ay, un tema discutido hasta la saciedad. Y por eso, cuando nos topamos con una (supuesta, insisto) «opinión impopular» estamos en verdad ante el enésimo topicazo del día, la ocurrencia banal y/o cazarretuits de turno.
Sucede que me canso de mi piel y de mi cara. Pero no me seguís para leer obviedades. Mi provocación de hoy, mi pase al hueco para abrir vuestra mente, es que ayer pude ver y no vi el primer partido del Barça. Arranca la era Koeman, y tal. Por lo dicho en el primer párrafo, no estoy seguro de que mi sincero desinterés sea popular o impopular, pero es desde luego una opinión. Tuvo que ver que a la misma hora se disputase un vibrante y desordenado Liverpool-Leeds y supongo que influyó también mi histórica apatía hacia los amistosos. Tampoco ayuda que la herida de Lisboa aún no haya cicatrizado, es más, los acontecimientos de las últimas semanas invitan al culé a seguir rascando la postilla como cuando de niños descubríamos de nuevo la piel en carne viva. No es que no lo haya superado, es que no lo quiero superar. El tema Messi lo tengo aparcado en doble fila, sé que pronto alguien sonará el claxon y tendré que bajar a la calle a afrontarlo, pero de momento me hago el ofendido —¿también el argentino durante el partido, por lo que leo en ese gallinero necesario que es Twitter?— y me incorporaré al Barça a mi ritmo.
Sucede que se me ha alegrado el día. Lo bueno es que como una semana es un mundo, no descarto que el próximo finde me siente a (tratar de) ilusionarme con los Pedri, Ansu, Trincão o Riqui. Lo de ayer fue un simbólico y rotundo «no» a los míos como esos seguidores que, cuando se podía acceder a los estadios, se abrazaban y botaban de espaldas al campo. La felicidad parece ya cosa del pasado en Barcelona y, con la mascarilla cubriendo la mitad de sus caras, cuesta enormemente enamorarse de las nuevas. Que además son pocas. Porque parece que ¡también! este año la revolución será de bolsillo y míster telefonazos Koeman se verá obligado a alinear cada domingo a buena parte de los once cabrones de siempre. Así las cosas, la nueva o vieja anormalidad en Can Barça es afrontar las últimas semanas de mercado sabiendo que las mayores alegrías —para el bolsillo, para la pizarra— se producirán gracias a los que salgan y no tanto por los que entren por la puerta. Al menos las equipaciones de esta temporada son bonitas, lo que como todo el mundo sabe garantiza un rendimiento acorde sobre el césped. Pero no estáis preparados para esta conversación.