El fútbol es rastrero. Obliga a quien pierde a tener que recordarlo cada segundo que precede a la derrota, pues esta contiene todo el poder imaginable, un Big Bang que obliga al derrotado a tener que volver a nacer. En el Barça no pedierdon, se destruyeron en una implosión cataclísmica en Lisboa y el club pendía de un hilo, con un Messi que decidió borrar la sonrisa de la culerada con un burofax. El verano, con Koeman como intento absurdo de regresar a un pasado glorioso, no anunciaba nada bueno. Pero el fútbol si algo tiene a parte de su crueldad, es que es un nicho de nuevas posibilidades, te obliga a reinventarte. Y el Barça, de momento, ha cambiado su piel.
Ansu Fati no tiene memoria. Es un niño que ha estallado en medio de una guerra que no entiende y solo sabe responder a base de fútbol, de un fútbol virgen y talentoso del que destacan dos cosas: su claridad y su contundencia. Dos goles sirvieron al aficionado para olvidar la defunción de su equipo un mes antes. Ya nadie se acordaba de Lisboa o el ogro bávaro, sino que en la sonrisa inocente de Ansu nacía el FC Barcelona como si fuera la primera vez. Desde el sector izquierdo el canterano martilleó sin parar, respondió siempre con sensibilidad ante las pruebas que el partido le presentaba y su entusiasmo contaminó al resto. El Barça, durante 90 minutos, fue un equipo feliz.
Koeman no sonríe. Pero manda. Saltó el Barça disfrazado en un 4-2-1-3 con Coutinho, el renacido, de enganche, jugando por primera vez en la que es su posición. Griezmann en derecha y Ansu en izquierda quedaban por detrás de un Messi que miraba al suelo, sin su amigo al lado quedaba como una estrella congelada en un decorado que no reconocía. Pero el argentino se alimenta de fútbol, y desde Ansu hasta Neto, el Barça lo respiró. Todos se integraron en su causa sin rechistar, mostrando un nivel altísimo. De Jong, jugando donde su fútbol es más natural, se hizo con las riendas del centro del campo sin levantar la voz. Su vigor y su energia son necesarias en una medular que llevaba años enquilosada, adormecida. El primer tiempo del Barça fue un recordatorio de lo bonito que puede ser el fútbol si se juega, y no si se sufre.
Griezmann, quién estuvo todo el año encerrado en un costado, disfrutó de la libertad que otorga el nuevo sistema de Koeman, un técnico que ha aterrizado en un escenario complejo y que, en poco tiempo, ha sabido dotar de una coherencia que no existía hace no tanto. Griezmann no puede estar enjaulado y De Jong debe ver el fútbol de cara, dos axiomas que dibujan este nuevo Barça. A partir de ahí, Leo empezó a integrarse en el fútbol generoso de Ansu, ajeno a toda tormenta. Sonrió tras marcar su primer gol después de anunciar que no quería seguir. Una sonrisa que tranquilizaba los corazones maltrechos del aficionado. El Barça disfrutaba y jugaba con un Villarreal que nunca fue un rival, sino más bien un objeto extraño puesto en el verde con maldad. Presionaban mal, atacaban aún peor. En las veces que acertaban, ahí estaba un Gerard Piqué que sigue siendo el mejor a la hora de defender el área.
El segundo tiempo transcurrió con la tranquilidad de tiempos olvidados, con el Barça sacando ventaja de los cinco cambios exhibiendo un banquillo estimulante: Pedri, Trincao, Pjanic y Dembélé. El Barça se durmió e hizo gala de un fondo de armario talentoso y vertical, con futbolistas que acaban de aterrizar en un Barça que está en medio de un proceso de reconstrucción y quieren demostrar que tienen el nivel para competir desde ya. Pedri recuerda a Iniesta -negaré haberlo escrito- y Trincao tiene esa chispa propia del futbolista con fuego interno. El Barça goleó, gracias a la memoria en blanco de Ansu fati, que está empeñado en hacer olvidar esas heridas abiertas que corroen al Barça. El aficionado se agarra, aún desconfiado, a la mano inocente de un niño de 17 años.