Recuerdo perfectamente aquella mañana primaveral de 1994 en que mi abuelo se presentó en casa, como cada domingo, dispuesto a ejecutar la rutina semanal que más le ilusionaba: se levantaba pronto, se ataviaba con sus mejores galas (rara vez llegaba sin americana) e iba a buscarnos a mi hermano y a mí para cansarnos y entretenernos antes de la comida familiar en su casa de plaza Sanllehy. Por aquel entonces todavía no íbamos al Mercat de Sant Antoni, aunque aquel día fue la antesala para que eso se convirtiera en liturgia.
Pero en aquella jornada dominical (imagino que del mes de abril) sucedió algo distinto. Mágico. Premonitorio y decisivo. Mi abuelo llevaba bajo el brazo un álbum que condicionó y moldeó, más que cualquier otra cosa, una pasión por el fútbol y el coleccionismo que todavía hoy sigue intacta. No era para menos: el almanaque en cuestión era el de USA’94, evento del que tantas veces hemos hecho apología los verdaderos millennials.
En pleno 2020, ya es más de un cuarto de siglo acumulando cosas innecesarias pero que colman con una extraña forma de felicidad. Los álbumes (siempre completos, por favor) son una buena manera de recordar lo que pasó. Una gasolina para nostálgicos que nos recuerda aquel tiempo en que un sobre costaba 25 pesetas y no los 0’80€ de ahora.
Con el paso de los años, el acopio de cromos se extendió también a camisetas, libros y a casi todo lo que tuviera que ver con el deporte rey. El coleccionismo, como todo en esta vida, reúne en una misma disciplina lo mejor y lo peor del ser humano: generosidad, trabajo en equipo e ilusión, pero también avaricia, especulación y picaresca. Hay muchos que olvidan que compartir una pasión es de lo mejor que nos podemos permitir como especie, aunque también es cierto que muchos otros te avisan para que aproveches una oferta o una oportunidad de la que antes se beneficiaron también ellos. Dos mejor que uno. Y si bien todos los coleccionistas tienen (tenemos) un punto de comprador compulsivo, eso no debe confundirse con el ansia. Siempre habrá alguien que tenga algo que tú no tienes, y viceversa. Y eso es también lo gracioso de este asunto.
Hace un mes (¿ya hace un mes?), con el famoso burofax, el mundo del fútbol, también el del coleccionismo, experimentaron un descalabro. Algunos se frotaron las manos, claro. Los primeros cromos de Leo ya estaban por las nubes en el mercado negro, pero la posibilidad de que las colecciones, que estaban a punto de salir, contuviesen lo que podría ser la última estampa del mejor ‘10’ culé de siempre, se abrieron en todas direcciones. Si se marchaba ya, habría tortas por abrir las primeras cajas de la 2020/2021 ya que, una vez confirmada su baja, el cromo dejaría de Messi de fabricarse.
Tras su entrevista en Goal, apareció una nueva perspectiva. El de Rosario dijo que seguía, e incluso existe la posibilidad de que algún candidato a las próximas elecciones con ascendencia sobre él pudiera convencerle de extender su contrato. De producirse algo que ahora parece tan improbable, habría más cromos del astro. Pero si eso no sucede y Messi está jugando su último año de azulgrana, sus últimas estampas, las de esta campaña, serán joyas de colección. Pero eso es algo que todavía no sabemos. Y es ahí donde empieza la especulación. Con esa opción latente, el coleccionista y el especulador (en ocasiones representados en la misma persona, como Cor Petit i Déu) se guardan todo lo que encuentran del argentino.
Ya desde hace tiempo, vendedores de eBay, todocoleccion y otros portales de compra-venta y subastas hacen el agosto con material de la temporada 2004/2005, la primera en que se fabricaron piezas de Messi. Entonces, nadie podía prever lo que vendría en estos tres lustros de regates, defensas en el suelo y balones de oro, pero aquel niño que celebraba sus goles mirando y señalando al cielo en memoria de su abuela ha tenido la capacidad de sobreponerse a todas las épocas y modas desde entonces y, por tanto, cuanto más antiguo es su cromo, más está dispuesta la gente a pagar por él.
Aquí conviene añadir el hecho de que siempre están más cotizadas las tarjetas (o cards) que los cromos (o stickers), quizá por el hecho de que las primeras no se pegan, y eso conlleva que no pierdan su valor con el paso del tiempo. Aunque los cromos pueden guardarse y no pegarse nunca, claro, lo que también ofrece otra lectura: en Estados Unidos, los coleccionistas tienen mucha más querencia por la tarjeta que se guarda en un archivador. En un mundo cada vez más globalizado, los norteamericanos pujan fuerte por estas reliquias y, obviamente, eso comporta una inflación en el precio. En resumen: muchos quizá no lo sepan, pero es posible que tengan, en algún cajón o armario, probablemente en casa de sus padres, una card de Messi que ya supera los 2.000€ y que pronto valdrá mucho más.
También por herencia del caso Messi, el año pasado se produjo algo similar con Ansu Fati. Su fulgurante aparición en la élite hizo que la gente intuyera que la historia podía repetirse. Un nuevo Leo, al menos en versión cromera. Esta vez, nadie quería quedarse sin el primer ejemplar del fenómeno en ciernes. Todo lo relativo a Ansu se agotó rápido y Panini, ante la locura desatada, tuvo incluso que retirar de su página web la carta de Megacracks con la imagen del adolescente. La pieza se compraba por 0’40€ en el portal de la célebre compañía italiana y después se intentaba revender a más de 50€. Pero hay más: esta misma semana, la empresa fundada en Módena volvió a comercializar el cromo, pero ha tenido que retirarlo de nuevo tras nuevas avalanchas de pedidos. De locos.

Echando la vista atrás, uno evoca las primeras mañanas dominicales en el Mercat de Sant Antoni de Barcelona, espacio donde un niño forja sus primeras filias y emociones. Todavía hoy, con un renovado aspecto, el recinto sigue conservando un encanto especial. Aunque también hay un nivel de especulación comparable al de los alquileres de la propia Ciudad Condal y, en ocasiones, cuesta diferenciar a los menores de los adultos. Pero díganme un solo espacio vital en que esto último no suceda. Qué somos, sino seres imperfectos que viven de la ilusión. Aunque sea la de los demás.