El Barça de Koeman ha empezado la competición doméstica con dos victorias y, sobre todo, dando signos de una identidad futbolística que el conjunto azulgrana no poseía desde hacía tiempo. La calidad estaba, hacía falta estimularla desde la pizarra. Primero, dándole un contexto mejor a las piezas que tienen más significado en la estructura y, segundo, ensanchando la base de protagonistas en el juego en campo contrario más allá de Messi. Koeman ha sabido confundir al argentino en la estructura y dotar de más sentido colectivo al equipo, más grupal con balón, más solidario tras pérdida.
El Celta de Óscar García se plantaba en el campo con la misma intención del Villarreal de Unai Emery: llegar a la portería rival desde la presión en el inicio de la jugada azulgrana. El tridente del mediocampo (Denis, Tapia y Veiga) cubriendo al De Jong, Busquets, Coutinho y la dupleta ofensiva atizando la presión sobre Piqué y Lenglet. La propuesta proactiva sin balón celtista surtió efecto en las dos primeras líneas de presión pero perdió efectividad en la tercera, donde los pases de Clément Lenglet hacia el sector ofensivo permitieron avanzar la transición azulgrana pasado el ecuador del campo. En esta fase de la jugada tuvo un papel muy importante Philippe Coutinho.
El brasileño fue diferencial en el control orientado como receptor en la salida de balón azulgrana para catapultar el ataque azulgrana. En esta situación de presión rival, sabía estar en el lugar y el momento adecuados, y en ataque estático, oxigenaba el juego cuando estaba estancado en el lado fuerte y lo dinamizaba alimentado el circuito de pases. Soltaba el balón más rápido y de forma más certera que en su anterior etapa en el equipo. Pisando más el lado izquierdo, el costado más representativo del ataque culer (43%), activó la verticalidad de Jordi Alba, con más recorrido como Sergi Roberto, y la determinación de Ansu, más interior como Messi, y lideró la sólida circulación del equipo de Koeman en campo contrario. La buena localización de la pérdida y la actuación positiva tras pérdida, con De Jong y Busquets como protagonistas, fueron producto de la buena disposición del Barça en ataque que, del mismo modo, empujó al Celta en su campo, limitando la posibilidad de contraatacar a la espalda de la pareja de zagueros visitantes en la línea del medio campo. Aún así, cuando los celtistas consiguieron recuperar el esférico en una localización dañina, pocas veces en la salida de balón azulgrana, tuvieron capacidad para correr y intimidar la portería de Neto.
La propuesta ágil y coherente de los de Koeman se debilitó con la expulsión de Lenglet y la marcha de Griezmann. Ni el número de pases era el mismo ni la asiduidad de gestionar la jugada en territorio contrario era la misma. El conjunto local ganaba metros con más facilidad y acababa mejor las jugadas. La mejoría celtista se acentuó con la entrada de Nolito, quien supo detectar los lugares donde poder influir con balón y sin él. La seguridad azulgrana en la defensa estática taponó bien los agujeros rivales aunque esta propuesta más retrasada hipotecara la actuación tras recuperación.