Vivimos en una sociedad que huye de lo cotidiano. En un modus vivendi marcado por lo efímero, la rutina se establece como la base más sólida de nuestra existencia. Nos agarramos a ella sin darnos cuenta, pensando en una falsa seguridad de la que es complicado salir. En el mundo actual es complejo pausarlo todo para reflexionar y poner en valor las cosas que de verdad lo tienen. Por suerte o por desgracia, hace meses lo tuvimos. Y fue entonces cuando las conciencias despertaron. Pusimos en valor las pequeñas cosas de nuestro día a día y lo que antes ahogaba ahora parece haber cobrado un nuevo sentido.
La rutina ha vuelto al Estadi Johan Cruyff. Con sus matices debido al contexto actual, pero el balón rueda de nuevo en un césped que tenía ansía de fútbol. Y la vuelta tenía brotes de recuerdos. Flashes de lo ocurrido siete meses antes en el agónico pase a unas semifinales de Copa de la Reina que tenían ahora lugar en el mismo escenario. Esta vez no era el Deportivo, sino el Sevilla de Cristian Toro quién estaba delante. El único equipo que aguantó el empate hasta el descanso en campo azulgrana.
La costumbre azotó con contundencia. Agazapados en la teórica nueva normalidad habíamos olvidado (o dejado en segundo plano) la letalidad de un equipo que amarró su pase a la final de Copa en poco menos de cuarenta minutos. Las de Lluís Cortés volvieron a exhibir su versión más agresiva y dejaron sin opciones a las hispalenses. Dos tantos de Oshoala, uno de Patri Guijarro y otro de Graham Hansen después de una delicia. Le bastó eso al equipo para lograrlo. Parece mentira que definamos las gestas con suma facilidad, pero consiguen hipnotizar al espectador y hacerle creer que el fútbol carece de dificultad alguna.
Cuando pasa la tormenta, llega la calma. Así fue durante una segunda mitad tranquila. El Sevilla se escondió, asumiendo la imposibilidad de conseguir cualquier gesta. La sensatez les obligó a ceder y tratar de proteger la portería para evitar una sangría mayor. Pese a ello, la maquinaria culé, programada para aniquilar a quién se ponga por delante, fue capaz de llegar hasta la red dos veces más. La primera en una obra maestra de Melanie desde el saque de esquina y la segunda un disparo seco de Aitana, que partía desde el banco. Lluís Cortés optó por dar entrada también a Vicky, Crnogorcevic y Kheira Hamraoui que mantuvieron el buen nivel, pero poco pudieron aportar a un encuentro sentenciado.
El Barça respira con orgullo, consciente de una nueva aparición en la final de la Copa de la Reina. Las azulgranas vuelven a su normalidad, que no es otra que ganar. Y como toda rutina -y por mucho que a veces se rompa- hay que volver a cogerla para seguir en la senda por los objetivos. En este caso no es otro que seguir demostrando la superioridad futbolística ante cualquier equipo, circunstancia o estadio. Y esa es la única normalidad que entiende un equipo hecho para ganar. Próxima cita el domingo a las 12:00 en el Estadi Johan Cruyff. Viene el Logroño. Viene el otro finalista de Copa.