Empate a 96

Hasta aquí hemos llegado. Quizá tire piedras contra mi tejado al confesaros que un Barça-Madrid es el partido que menos necesita una previa. Cualquier cosa que escriba podrá ser utilizada en mi contra en cuanto ruede el balón. Y es que a pesar de tener claro que la anticipation lo es todo en el fútbol, con cada Clásico me invade un sentimiento de relevancia que me empuja a creer que todo lo anterior no cuenta. Que ahora es cuando. En un Madrid-Barça haces balance de lo bueno y malo. Cinco minutos antes de la cuenta atrás. El saludo entre capitanes siempre me recuerda a una frase que leí en el suelo de la Pinacoteca de Brera: «todos los pasos que he dado en mi vida me han traído hasta aquí». Mi fugaz solemnidad rodeado de Tizianos y Tintorettos se parece a los prolegómenos de un duelo que es obra maestra inacabada. Empate a 96 victorias. La garganta pasa lista. Nuestra vida en un rectángulo.

Doble o nada. Sufrir implica disfrute ajeno y gritar de alegría deja sordo de tristeza al enemigo. Partidos que se conjugan en presente de indicativo. Sin pasar por su mejor momento, la rivalidad de vasos comunicantes que interconectan a blancos y azulgranas late a ritmo constante. El brillo de los de un barrio supone apagón en el de enfrente. Y si la suerte despega en un lado del puente aéreo, la desgracia aterriza al otro sin aplausos de los pasajeros. Por eso nos desorienta que ambos gigantes pierdan a la vez, vestidos de rosa o con estruendo. Somos Alkorta ante Romário. Porque incluso estas versiones low cost de Barça y Madrid fluctúan con el rabillo del ojo en el eterno rival. Es eterno y es rival; no hay PowerPoint de estrategia de club que consiga erradicar un sentimiento sin caducidad. Los cambios no parecen tan urgentes si el vecino tiene la hierba mal cortada. No estamos tan mal si los de allí están peor.

Que no me entere yo. Por eso un Barça-Madrid no es ni debe ser un partido como los demás. Después de una vida caminando, nuestros pasos nos llevan hasta una revisión de emociones de 90 minutos más descuento. Partidos como los demás ya tenemos muchos. El curso pasado propuse una serie de medidas para que ningún protagonista coquetease siquiera con el tópico: que se otorguen cuatro puntos al vencedor, que se dispute una prórroga en caso de empate, que regrese mi anhelado gol de oro o que una encuesta en Twitter decrete el ganador. Que Messi y Ramos se lo jueguen a piedra, papel o tijera. Que Zidane y Koeman se midan en un concurso de faltas vestidos de traje. Lo que sea con tal de evitarnos insulsas declaraciones en las que vencedores y vencidos nos recuerdan con política dicción que son tres puntos o un partido más. La garganta dice presente. A nosotros nos van a explicar lo que es El Clásico.

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