El peor enemigo de la democracia es la tiranía. Nuestros sistemas se rompen cuando el totalitarismo accede al poder valiéndose de sus mecanismos y lo dinamita desde dentro. Poco a poco convierte a las instituciones de la mayoría en servicios al poder de sus intereses, sin importar lo externo. Así asistimos a una reconversión paulatina en la que quedamos ciegos. En absoluto silencio, lo autoritario impone su mandato hasta que nos damos cuenta, pero es demasiado tarde. En ese mismo instante arranca una lucha imposible para recuperar algo que creíamos que nos pertenecía, pero que ahora mismo no existe. El FC Barcelona lo ha hecho paso a paso, sin saltarse una sola línea.
Hace no mucho, las azulgranas vivían en una competición donde todos tenían algo que decir, donde cualquiera que quisiera era capaz de lograr lo impensable. Pero desde 2015 en Barcelona decidieron acabar con las mayorías y formar la minoría que hoy todos conocemos. Casi sin hacer ruido al principio, refugiadas bajo la protección de los triunfos atléticos, se ha fraguado un asalto al poder sin precedentes. El Barça es una trituradora de aspiraciones; quizá por ego o porque su propia ambición lo aplasta todo a su paso. El problema es que una vez llegados a este punto, es imposible bajar del trono al nuevo rey, en lo que parece que va a ser la dinastía más larga de la historia.
Esta semana era el turno de la Real Sociedad, aquella oposición que cree con firmeza en las leyes y en los procesos democráticos para defender lo que es suyo, pero que poco a poco va perdiendo la soberanía hasta quedar sin nada. Natalia Arroyo se reveló ante el poder, aunque fuera su amigo quién formaba parte del mismo. La catalana no quiso ser una víctima más del tirano culé y buscó hacer daño con el mismo sistema, aplicando la dicha «que reciban de su propia medicina», convirtiéndose en un reflejo casi perfecto del monstruo que tenía delante.
Pero el tiburón huele la sangre y ante la amenaza de lo que cree suyo busca el espacio para atacar. Desplegando todo el arsenal a su disposición, las de Lluís Cortés dieron aviso de mordida hasta en tres ocasiones antes de desgarrar. Mariona, Oshoala y Hansen, en un acto endemoniado, dieron falsas esperanzas a un equipo que se hundiría en las mismas. Los fallos fueron un espejismo de lo que iba a venir. Leila Ouahabi, que estrenaba casillero; Marta Torrejón, que imitaba a su compañera; Alexia Putellas, que igualaba a 122 goles con Jenni y empataba con Soni como máxima goleadora ante la Real; Mariona, engrandeciendo una vez más su figura; y Núria Rábano en propia puerta, como clímax de la crueldad del poderoso.
La Real Sociedad no quiso ceder con tanta facilidad. Murió matando con sus ideas en busca de las debilidades de un líder cada vez más reforzado. Las txuri urdin fueron a por el Barça, sin miedo. Presión alta, posiciones claras, fútbol asociativo y acecho a zonas peligrosas. Nahikari García, la cabecilla de la revolución, golpeó al tirano, haciéndole ver que el pueblo sigue despierto terminando con una racha de 962 minutos sin encajar gol. Pero poco importa cuando estás en tu burbuja de poder. Habrá quienes digan que el resultado final fue abultado, pero aquí es donde el Barcelona ejerce el privilegio en su máximo explendor. No importa a quién tenga delante, ni la mirada herida que ponga porque siempre quiere un poco más. Ambición desmedida.
Una actitud que supera los límites de sus propias fronteras. Semana tras semana el líder nacional -porque lo es pese a no ocupar la primera plaza- mira con desafío a las altas esferas. Sin piedad y con vistas de futuro, consciente de que aplastar aquí te hace llegar arriba. Nos han engañado con romances que nos hacen creer en el poder de llegar sin neutralizar a nadie. El Barça no quiere baladas de amor, sino ser correspondido directamente, pero a su manera, terminando con todo aquel que se ponga en su camino hasta llegar a lo más alto. La ley del más fuerte, es pura naturaleza. Así han roto el sistema. Bienvenidos a la dictadura azulgrana.