Sé lo que hicisteis el último parón. Siempre que un debate chicloso se manosea en exceso me visita la misma tentación: cambiar de chaqueta sin previo aviso y decir Diego donde antes había dicho digo. Me desmarco al espacio ante los autómatas de tertulia. Por su culpa o gracias a ellos, acabo defendiendo the international break. Porque aunque admito que cada pausa liguera es una mano helada en la espalda del aficionado, la repetición de una idea al infinito y sin abandonar nunca la superficie me empuja cíclicamente a salir del rebaño. No lo puedo evitar. Tampoco aspiro a tener razón, de hecho ‘cuando la gente está de acuerdo conmigo’ —o lo que es más grave, yo con ella— ‘siento que debo estar equivocado’ como afirmó Oscar Wilde durante un parón de selecciones. Veamos. Hacer caja con antipáticos amistosos permite a las Federaciones inyectar dinero en la base de la pirámide del fútbol, pero cómo hablar de sostenibilidad o aristas a quien critica por defecto desde el perímetro de su sofá. Sin revisión profunda del calendario, parar es un mal necesario. ¡Siguiente párrafo!
Tu cara me suena. ¿Podía haber algo más 2020 que Suárez enfrentándose al Barça? Sí, Suárez no enfrentándose al Barça por culpa del virus. El enésimo coup de théâtre del año evitará o más bien pospondrá el reencuentro con un Pistolero a quien echo de menos y de más. No es que el tiempo lo cure todo, pero puede ayudar. En caliente escribí que en teoría sonaba bien lo de relevar al ‘9’ y que en la práctica hubiese roto su finiquito en mil pedazos mientras se despedía con un traje lúcido como mis ojos. En templado creo que separar caminos fue lo mejor para ambas partes, que se alejan hoy con paso dubitativo por la autopista de la nostalgia. Irónicamente, este Barça en construcción parece dejar vacante el puesto de delantero centro —un premio desierto, una camiseta retirada, un columpio vacío— entre una permuta y otra del reparto ofensivo. Si todo va como Koeman desea, el equipo seguirá evolucionando y en la segunda vuelta saludará a su exnueve con un ‘discúlpeme, no le había reconocido: he cambiado mucho’ como declaró Oscar Wilde en la previa de un Atlético-Barça.
Nuevos en la oficina. El año más abrupto que recordamos deja por el camino una reflexión a la que agarrarse: la ausencia forzosa consigue poner en primer plano lo que la presencia cotidiana no pudo. Oportunidades dentro de una burbuja. Vasos medio llenos para ojos que sepan mirarlos. Ha sucedido con la libertad de movimientos o el público en los estadios, dos cosas que empiezo a echar de menos de verdad y no sólo de boquilla. Al Barça le acaban de rendir visita dos imprevistos físicos —achaque de juventud el de Ansu, de veteranía el de Busquets— que bien haría Koeman en transformar en ocasión de oro para seguir ajustando jerarquías. Mientras Riqui y Aleñá se atan los cordones, los focos de la titularidad apuntan a un Pjanić que está y a quien se espera y a un Dembélé que últimamente no deja de engañarnos con fintas corporales y buenas decisiones. Cualquiera diría que quiere estar y Dios me libre de comprender por qué muchos le seguimos esperando. Ya lo dijo Oscar Wilde cuando le preguntaron por la carrera del Mosquito, ‘no soy tan joven como para saberlo todo’.