FUEGO A DISCRECIÓN | Jorge Ley
La comisión (a)temporal que manda en el Barça (¡Qué concepto! Hay que repasarlo para dimensionar bien la prolongación de esta agonía) es el equivalente futbolístico e institucional del sujeto gris que se sube a un pequeño balcón y se niega a bajar de ahí autoproclamándose rey del mundo. Como si subir dos metros sobre el suelo diese la legitimidad, la autoridad moral o te convirtiera en DiCaprio. Más a menudo, resulta una herramienta indispensable a la hora de delatar la catadura de cada uno. Carles Tusquets, el inquilino incómodo que se niega a aceptar su estatus pasajero, actúa como si fuera un president votado, encumbrado por los socis en una elección y con la suficiencia que dan unos estatutos que, tristemente, no son a prueba de cínicos y sinvergüenzas. Pocos papeles e instituciones sobreviven a la voluntad destructora del trabajo interno, de los perpetradores a cargo. Y en el cargo.
Tusquets ha salido del agujero del que ha salido: El de una Junta expulsada. Pero la Junta expulsada jamás ha salido de él. Y he ahí el drama del Barça. Ni Ramón Adell se atrevió a tanto. Aquellos fichajes de Turan y Aleix Vidal son malos recuerdos, pero, al menos, fueron pactados con los precandidatos del momento para mayor gloria de Luis Enrique. Hoy no hay ni un acuerdo de mínimos, ni una situación transitoria exprés rumbo a las elecciones, ni unos gestores de ocasión que asuman su rol cuasi fantasmal. El encadenamiento de esta comisión al pasado inmediato posterga una serie de decisiones vitales que no pueden esperar al maquillaje contable del neonuñismo imperante, ni a las vanidades de unos ocupantes provisionales que no deberían durar ahí más de dos telediarios. Pero a esta gente, que suele repetir la consigna interesada del «Barça über alles», solo le interesa el club en la medida en la que puede utilizarlo para aplastar enemigos o para exprimirlo hasta su extinción. La supervivencia de la institución, su historia y su futuro son asuntos accesorios respecto a su desgraciado interés personal.
Pongamos que hablo de Messi. El argentino se ha vuelto, más que nunca, vital para el funcionamiento financiero del FCB, a un grado que ya envidia el funcionamiento deportivo. No se ha encendido la chispa de la vida de Leo esta temporada, pero un Barça sin Messi estará condenado a caminar años y años por el desierto de la austeridad, cuando no de la pobreza franciscana. Es lo que tiene que la nulidad haya arrasado hasta con el solar. Bien. El presente del 10 está en el alambre y no hay nadie con autoridad a bordo para manejar esta central nuclear, ni nada. La cuestión fundamental, de todos modos, ya no reside en la indolencia irresponsable de estos gestores negados a la realidad. No. Al final, el soporte artificial de la nulidad bartorosellista solo podía superar a sus antecesores directos en el «cansinismo» y lo ha logrado. ¡Habrá que dar una sincera felicitación a Tusquets y sus negados! La pregunta real es: ¿Dónde están los precandidatos que movieron agua, tierra y cielos para desalojar al bartorosellismo? ¿No era, acaso, una cuestión de limpieza urgente? Que se pongan. Difícil desinfectar lo que no existe.