Llegar tarde al mito

Arranca por la derecha el genio del fútbol mundial y no me resisto a romper el hielo con mi nuevo elogio favorito: no me importa lo que hiciste con tu vida, me importa lo que hiciste con la mía. Ojalá tan lapidario lema calase en una sociedad herida de muerte por el atontamiento global de quienes censuran al artista si la persona no está a la altura moral de su obra. Caretas progre que no ocultan rostros fascistas. Menos mal que, como el pan del famoso anuncio, este fútbol lo aguanta todo. Las gestas del Diego con la bola perdurarán en nuestra memoria incluso si un iluminado las retirase de toda plataforma audiovisual como sucedió con Kevin Spacey o Woody Allen. Al contrario. Con Maradona siento que cuanto peor hombre percibíamos, mejor jugador proyectábamos. Celebro cada incongruencia balompédica como un gol en el descuento. Respeto la adoración desde el exceso. Valdano estaba a tiro de piedra cuando D10S pintó sus mejores cuadros y aclaró que «el futbolista no tenía defectos y el hombre fue víctima de mí o de usted, que en algún momento lo elogiamos sin piedad». Conste en acta.

El Barça no ha llevado la voz cantante en la exaltación del mito —y del retuit, por qué no decirlo— vivida estos días en redes sociales. Como si aceptase tácitamente un matrimonio lejano que no funcionó. Como si tuviese otros mitos vivientes de los que ocuparse. Messi. Eterna y muy argentina la comparación entre dieces, irremediable tras el calco artístico ante el Getafe. No sé si es oportuno recordar hoy que en el campo hace tiempo que Leo es Maradona todos los días. Por eso lo hago. Observo con distancia agnóstica la veneración póstuma al Pelusa y comprendo que fuera del campo no hay color: Leo nunca será Maradona.

Llegué tarde al Diego. Pensaba estos días en los niños cuyos primeros e indelebles recuerdos se asocien a este Leo terrenal de 2020 como los míos al infausto Mundial 94 de Maradona. Hay injusticia poética en el calendario, ya lo dicen a menudo los entrenadores. Soy del 86 y tengo un sobrino nacido en 2011, cúlmenes respectivos de Maradona y Messi. El tiempo no me dejó ser dieguista. Me asusta que mi sobrino haya llegado tarde a Leo y me apena que un día lo despida sintiendo que bueno, que tampoco hizo tanto con su vida. No está en mis manos. El fútbol no late en YouTube ni en diferido. Agredano enseña que «idolatrar es una gimnasia irreflexiva».

Con el mundo entero mirando al cielo, este Barça de Purgatorio cuenta más candidatos a la presidencia que defensas disponibles. Fotocopias en blanco y negro y fichajes mediáticos conviven en portada. Pero entendedme bien. Como dije más arriba, celebro la perenne exageración futbolera con puño cerrado porque sé que no se puede huir de ella. Me ilusiono en la intimidad. La clasificación es ese programa electoral que nadie tiene tiempo de mirarse.

En el césped al equipo no le sobra un gramo de espíritu y el eco del Wanda volvió a gritar cruz. Ter Stegen se perdió la parte de la charla en la que todo míster le dice al portero que ‘lo fácil, todo y lo difícil, lo que puedas’. Los de Koeman acaban los partidos disueltos en un embudo táctico que vacía la sala de máquinas y limita el repertorio en lugar de potenciarlo. Atlético y quizá Real Madrid son púgiles más serios que los culés. El atracón prenavideño con combates cada tres días despejará el paisaje de los candidatos al título y a la presidencia. En otro momento histórico diríamos que vienen curvas, pero 2020 en general y el Barça en particular nos han preparado para todo. Hasta para decir aD10S a un mito.

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