El bonsái de la opinión

Pequeños placeres. Un regalo cotidiano que ofrece nuestra hoy confinada existencia es el de revisar la propia opinión. Lo recomiendo. Porque observar suele ser gratis, pero hay que ver cuánto cuesta. Tener criterio no significa que sea siempre el mismo; conviene actualizarlo y es saludable moldearlo, que el balón de y quite razones y que el fútbol sea valioso bonsái que cuidar y podar con mimo. Me irrita la unidireccionalidad de pensamiento que me rodea, por eso cuando paso el corrector ortográfico a mis ideas sonrío cual canterano a quien acaban de ordenar quitarse el peto de calentamiento. Aunque no cambien de la noche a la mañana —se llamarían chaquetas—, las opiniones tienden a mutar por sorpresa, en grupo o incluso por demarcaciones o países. Me ocurrió esta semana, cuando decidí que debía revisar mis sentimientos sobre dos ilustres y francófonos atacantes azulgranas.

Fiable Ousmane. Modificar tu criterio se asemeja a acompañar sin balón la carrera de un compañero por banda manteniendo la fe en recibir un pase. Requiere ‘autoironía’ y compromiso férreo. Mi juicio sobre Dembélé siempre se ciñó a retratar una incapacidad física que impedía aventurarse siquiera a analizar el aspecto deportivo. Este curso y gracias al factor más improbable de cuantos tiene por desarrollar —la toma de decisiones—, el galo se va mereciendo jugada a jugada que valoremos por fin lo que hace cuando está en lugar de quejarnos por lo mucho que falta. El arma de triple filo que supone que ni él, ni el espectador ni los rivales sepamos si es zurdo o diestro se transforma en afilado recurso ofensivo cuando a su imprevisibilidad innata se añaden pinceladas de inteligencia táctica. Aún no me atrevo a llamarlo madurez, pero sí continuidad.

Tangible Antoine. Modular una opinión se parece a esa inesperada y aplaudida ayuda en defensa que de tanto en tanto realiza un delantero. Desprende humildad sincera y denota kilos de personalidad. Confieso haber estado saturado por los presuntos intangibles que Griezmann aporta al equipo, tan alabados por la —supuesta— élite de analistas. Los partidos del Principito invisible me hacían preguntarme por algo tan esencial como su paradero en el campo, donde deambulaba ‘sans adieu’ como se decía en la alta sociedad francesa del siglo XVIII cuando alguien abandonaba un acto social sin despedirse. Su reciente y tangible contribución en forma de goles, lenguaje corporal y asistencias me invita a aparcar la idea de que sea un mediapunta a la francesa y a aceptar que el maleducado quizá fui yo todo este tiempo. Aún no me atrevo a hablar de rendimiento, pero sí de progreso.

Equipo jeroglífico. Lo que más me atrae de este Barça transitivo es que no hay quien capture su esencia. Si acaso se intuyen trazos: espíritu endeble, ataques cortos, buenas intenciones y ráfagas de circulación fluida. Conviene no deshacerse del ticket de cualquier opinión formada porque el cambio de viento está a la vuelta de la esquina. Con los de Koeman toqué techo emotivo en Balaídos. Después hube de recoger cable. Tras el paso en falso del Wanda, por ejemplo, llegó un 12-0 en tres partidos que será engañoso si hoy no se gana en Cádiz. Por si acaso, sigo cuidando el bonsái de mis ideas con tijeretazos leves y precisos. Como espectador en fase distraída, me identifico con Menotti: ‘se puede dejar de correr o de entrar en juego durante largos minutos; lo único que no se puede dejar de hacer es pensar’. Insisto, observar es gratis y cuesta una fortuna. Tener criterio no significa que sea siempre el mismo.

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