Reconozco que entré tarde al mundillo de los Fantasy, hace apenas tres años. Me resistía a convertir mi pasión en algo más que un placer desenfadado del que no esperas sacar nada a cambio. Me conformaba con que mi equipo ganase y me divirtiera (algo no precisamente sencillo ya por entonces) y con que el resto de la jornada me regalara un puñado de highlights que llevarme a la boca. Un remate en escorzo, un taconazo con sentido. Un desmarque de ruptura, incluso. Como con casi todo en esta vida, tardé en aceptar que aquello era para mí.
Al principio, apenas accedía la aplicación. Ni siquiera hacía fichajes o, lo que es peor, hacía pujas con cantidades desproporcionadas por jugadores fetiche que luego apenas jugaban o puntuaban mal, justo lo que algunos usuarios noveles hicieron al principio de esta temporada con Take Kubo. A mí me paso con Toni Lato (?). Pero en los albores de aquella 2017/2018, el azar colocó a Javi Eraso y Rubén Pérez en el reparto inicial de mi equipo, y el Leganés había empezado la temporada como un tiro. Más tarde comprendí que ese tipo de futbolistas son para momentos puntuales. Para especular, que se dice en la jerga biwengera, es decir, para dejar que su valor de mercado suba como la espuma ante un rendimiento que nadie esperaba y venderlos cuando su ascensión se frene en seco. Esa plusvalía generada valdrá después para acceder a los cracks del juego. A los Messi, Aspas, Gerard Moreno o Benzema. Todavía inocente en esas lides, mantuve a los jugadores pepineros hasta que terminó esa primera liga. Esperando a que me dieran más momentos de gloria que nunca llegarían.
En Biwenger confluyen lo mejor y lo peor de los sentimientos humanos. Porque si bien se establecen vínculos emocionales con Luca Sangalli o Sebastián Cristóforo tras un partido con tres picas y un gol (conozco a uno que no puede vivir sin Tomás Pina), también hay que tener claro que no puede haber miramientos. Si tu jugador franquicia se lesiona para una o dos jornadas, quizá lo puedas aguantar. Pero si se pierde un mes, difícilmente puedas esperarle sin que la vorágine competitiva de tus rivales se te lleve por delante. Toca vender. También está prohibido fichar según filias. Puedes ser todo lo amante que quieras del juego de posición, pero, si quieres buenas puntuaciones, quizá debas pujar antes por Damián Suárez que por Sergio Busquets.
Sobre todo, dependiendo de cuál sea el sistema de puntuación. Todo empezó con las picas de As, algo que ha terminado por causar pesadillas, pero a los propios cronistas, que ven como los usuarios les reprenden en redes sociales cuando una evaluación no les beneficia. En contraposición, apareció el modo SofaScore. Demasiado frío, ya que no mide intangibles. Por ello, los chicos de Jornada Perfecta, unos locos del juego que han hecho de esta suerte de ocio un modo de vida, han creado una ponderación que mezcla ambas vertientes, la numérica y la sensorial. Dando por hecho que ningún método es infalible, éste es altamente recomendable.
Otro factor clave del juego es entender las fluctuaciones del mercado de valores de los jugadores. Las subidas y bajadas, siempre condicionadas a rendimiento, lesiones, vueltas tras una larga ausencia y, sobre todo, al hype. De pronto, un par de partidos a final de la temporada 2018/2019 extienden entre la masa la sensación de que Adri Pedrosa va a ser el nuevo Roberto Carlos. En verano, el precio del jugador se multiplica hasta que la nueva campaña empieza y el juego pone a cada uno en su sitio. Al futbolista y al que se dejó una fortuna en ficharle. En esta disciplina es, además, donde más se puede aprender de los rivales. En cómo fichan, en cómo pujan, en cómo venden. En cómo un jugador ha llegado a su tope y ya no vale la pena ir a por él. En el dinero que le puedes sacar a uno que está al alza. En esos numeritos en rojo y en verde reside la clave del juego. Por la importancia que pueden tener si se interpretan bien y porque son realmente adictivos. En todo ese contexto encontré un maestro sin parangón, probablemente del que más haya aprendido en este espacio recreativo: el usuario conocido como Green Machine. Últimamente viene más flojo, pero siempre acaba volviendo.

Biwenger es también ese juego que un día, sin darte cuenta, siendo más culé que el palo de la bandera, hace que te sorprendas a ti mismo cerrando el puño en señal de satisfacción por un gol de Benzema contra el Granada en tiempo de descuento (sí, sucedió el otro día). Esos puntos de más pueden ser la diferencia entre una buena o una mala jornada. Hay moralistas que se prohíben fichar a jugadores de ciertos equipos, pero yo de ustedes no les haría caso. Sarna con gusto no pica. En Biwenger, como en la guerra y en el amor, todo vale.
Incluso endeudarse. También me negaba a esto en su día, incluso dejé de participar en alguna edición por ese motivo. Y ahora no sabría vivir sin calcular hasta dónde puedo apurar mi deuda con tal de llevarme a Aspas. Un jugador que, de hecho, quizá sea el más icónico del juego, incluso por delante de Messi. Básicamente, porque es más barato y en un año bueno se acerca bastante a las puntuaciones del rosarino (esta campaña las está superando). El bueno de Iago es el capricho que sabes que no te puedes dar en todas las ediciones porque todo el mundo va a por él y no siempre suena la flauta. Aunque, eso sí, la línea roja que nunca quiero traspasar es la de los clausulazos (o eso digo digo ahora). La de esa gente que activa la opción de robar jugadores a un rival minutos antes de que empiece la jornada.
No hay duda. Biwenger nos ha regalado otra manera de ver el fútbol. No nos hace ver un Betis-Cádiz. Nos pone ante un Juan Miranda-Alberto Perea. Dicen que los asiáticos son hinchas de jugadores concretos, no de equipos. Y el camino aquí es parecido. Este juego nos ha vuelto competitivos, pero nos ha hecho peores personas. Y aunque lo segundo no sea del todo cierto, a alguien teníamos que echarle la culpa. ¿Cuántas veces nos habremos desvelado en mitad de la noche para aumentar una puja? Más de las que quisiéramos admitir, eso seguro.