¿Feliz año? Ojalá. En un alarde de lucidez que no siempre me caracteriza, allá por el mes de julio escribí no atreverme a pedir mucho a la vida ni al recién regresado fútbol. ‘Viniendo de donde venimos’ fueron las palabras. Observo estos días una comprensible actitud beligerante para con 2020, que imagino abandonando nuestras vidas escoltado por la policía bajo esos escudos romanos que ya no se ven por los campos. Pero viniendo de donde venimos, ¿cabe esperar tanto del pobre 2021? Aunque entiendo el simbolismo de dedicar una enérgica peineta a un dígito y me apunto a encarar con optimismo lo que viene, sugiero ir partido a partido. Tengo un amigo que se pregunta por qué medimos la comida en platos o el aprendizaje de un idioma en horas, y yo ahora propongo que como único buen propósito de año nuevo no pretendamos que el virus respete nuestras caprichosas unidades de medida. Que no esperemos que caduque preferentemente después de nuestros brindis cual yogur de fresa.

Ni frío ni calor. Tampoco sería sabio exigir mucho a este Barça tibio e indescifrable, aunque tal exceso no parece hoy fácil de cometer. El culé viene de un atracón de desilusiones y, con el brazalete de capitán en el aire, sabe que puede ir a peor. Si nadie cree en los de Koeman es porque ellos tampoco confían en una transición que no está siendo ni dolorosa ni indolora. Y eso es lo malo, sentarse a ver jugar a tu equipo del alma y ser incapaz de intuir la de un grupo débil que no es ni joven ni veterano, ni guapo ni feo, ni bueno ni malo. Hace tiempo reclamé un ejercicio de paciencia colectiva con el proyecto de Ronald, que por una vez la exageración futbolera cayera del lado de la presunción de inocencia en lugar de acudir a la culpabilidad de gatillo y tuit fáciles, pero estoy a punto de rendirme. Predico ya en el desierto. Las actuaciones descorazonadoras del equipo me quitan la razón y me obligan a firmar en secreto una clasificación liguera que no quiero escribir en público. ¡Gol de Rivaldo!
Vacuna blaugrana. El barcelonismo espera que las elecciones aviven la llama, cambien la suerte e inviertan la tendencia. Es mucho pedir a unos precandidatos que, viniendo de donde venimos, miden las promesas con cuentagotas. Se habla de Beckham, Mbappé, la lona, Ronaldinho, Xavi o ese proyecto que todos mencionan. Yo cada mercado invernal de quien no me olvido es de Edgar Davids, cambiador de rachas profesional. Rememorando ídolos imaginarios en Panenka, Jorge Giner confesó haber enloquecido cuando se confirmó que el holandés y sus gafas llegarían al Camp Nou. Aquel icónico ‘Davids, OK’ en portada agitó corazones: «hasta entonces nunca había visto un partido suyo. Pero qué importaba eso». El Barça sueña un renacimiento que será —en el mejor de los casos— espinoso en lo económico, progresivo en lo institucional y quimérico en lo deportivo. Ver medio lleno el vaso del club supone hoy atender a la fe más que a la ciencia. Soñar es gratis, fichar no.
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Nace ‘Toco y me voy’. Renovar la ilusión cada semana es tan complejo como necesario; esta humilde columna aspira a ser termómetro emocional culé antes de que se juegue, con todo lo que ello implica. Ojalá pronto los 90′ vuelvan a calentarnos el alma en vez de dejarnos tibios de espíritu. Gracias por acompañarnos y feliz 2021: ¡salud y disfrutad!