Morirán matando. Así acabará la década iniciada con el mandato de Sandro Rosell, continuada por Josep María Bartomeu y culminada por la gestora dirigida por Tusquets, con unas elecciones aplazadas de forma sonrojante mientras el Barcelona se hunde en una situación económica muy complicada, tal y como detalló hace unos días el programa Que T’hi Jugues de SER Catalunya. El Barça es una ruina.
Morirán matando porque, a falta de títulos, como consecuencia de una negligente gestión deportiva – el primero año en blanco en más de una década – se conforman con coleccionar cabezas: intentaron la de Joan Laporta con la fallida acción de responsabilidad, se cobraron la de Johan Cruyff al que mancillaron hasta su muerte, menospreciaron a Pep Guardiola hasta empujarlo a Nueva York, y aún allí, alejado del ruido, siguieron manchando su obra y despreciando su legado. Y solo les faltaba la de Messi.
Un botín muy goloso al que ya se ha puesto en el centro del huracán en varias ocasiones, no solo desde Madrid, también desde la propia Barcelona, con filtraciones interesadas que salen desde las propias oficinas del Camp Nou. No perdonan los dardos que Leo ha lanzado contra la zona noble, y están grabadas con fuego sus palabras en las entrevistas con Rubén Uría y Jordi Évole desde la polémica con el burofax. La entrevista en La Sexta hizo mucho daño a la gestión de Bartomeu, y poner a Messi en el disparadero es la última venganza de la junta que ahora encabeza Tusquets y que postergó unas elecciones que se tendrían que haber celebrado hace unas semanas. Las fechas tampoco son una casualidad.
El Barça es una ruina en lo deportivo, con el equipo vagando por la tercera posición de la tabla, todavía por detrás del Madrid pese a las derrotas blancas en su feudo contra equipos muy humildes, y a 10 puntos del Atlético que tiene un partido menos. Segundo en la fase de grupos de la Champions y sudando para eliminar al Cornellá y al Rayo Vallecano en Copa, el Barça se entrega precisamente a la inspiración de Messi para seguir con algo de vida en las diferentes competiciones.
Y el Barça es una ruina en lo económico. Y no lo es porque Messi cobre más de 550 millones de euros en cuatro temporadas, como desvela la exclusiva de El Mundo. Las cifras son mareantes, pero Leo es el mejor deportista del siglo, y genera unos ingresos descomunales en el Barcelona. Tampoco parece comparable lo que gana Messi ahora con lo que hacía Michael Jordan en su momento. Los momentos económicos eran bien diferentes, y la trascendencia y la repercusión que tenía y tiene el deporte ahora no es, para nada, comparable.
El Barça es, pues, una ruina, por una gestión calamitosa, especialmente desde la salida en el verano de 2017 de Neymar, pero que venía generando una bola de nieve desde tiempo atrás. La contratación del brasileño sigue envuelta en un halo de misterio muchos años después, lejos de los 57 millones de euros que se jactó de haber pagado Rosell para arrebatárselo al Real Madrid.
Con la marcha de Neymar al PSG, la directiva del Barça repitió el mismo modelo de gestión (fallido, por cierto), que a principios de siglo cuando Figo utilizó el puente aéreo para jugar en el Bernabeú: el Barcelona gastó dinero a espuertas y fichó sin ton ni son, dilapidando los más de 222 millones de euros que el brasileño dejó en la caja para poder parchear un equipo al que se le empezaban a ver las costuras después del 4-0 en París y del 3-0 en Turín.
A Dembelé (105 millones de euros, más 40 en variables que podrían seguir ascendiendo) se le sigue esperando, debatiéndose entre si hay que renovar al díscolo e irregular extremo gala (acaba contrato en 2022) o venderlo a algún equipo de la Premier.
De Coutinho poco o nada se puede rescatar de su insustancial paso por el Barça. Por el brasileño se pagaron 120 millones de euros, a los que hay que ir sumando numerosos conceptos en variables hasta los 160: entre ellos, pagarle por haber ganado una Champions con el Bayern de Munich (sí, la del 2-8 en Lisboa, en la que el propio Coutinho marcó dos goles), aunque el Barça negó que fuese a desembolsar esa cantidad.
Sobre Griezmann se podría recordar que el Barça no lo incorporó cuando costaba 100 millones de euros y sí cuando valía 120, por un jugador que se vacía en el campo pero que no ha rendido como se esperaba.
Estos han sido los fichajes de relumbrón. Todos fallidos. A ellos hay que sumar una interminable lista de medianías que han fracasado en el Barcelona: Malcom costó más de 40 millones de euros, igual que Paulinho (pese a la extraña maniobra realizada con su club). André Gomes supuso una inversión de 35 millones, Alcácer y Arda Turan 30 cada uno, mientras que jugadores como Junior Firpo, Aleix Vidal o Martin Braithwaite rondaron los 20.
Un párrafo aparte ocupa la “ingeniería” de operaciones como las de los intercambios de Neto por Cillesen o Pjanic por Arthur, de dudoso beneficio deportivo para el Barcelona. O las contrataciones de jugadores como Matheus Fernández (20 millones de euros) o el medio centenar de jugadores fichados para la cantera, con sombríos comisionistas de por medio, que ni han tenido recorrido en el filial, y que han obligado al exilio a perlas de La Masía.
Si el Barça se desangra económicamente no es por lo que cobra Messi, sino por poner en niveles nunca antes vistos, inasumibles si quiera para otros grandes clubes, las fichas de estrellas como Luis Suárez, o de gregarios como Jordi Alba, Arturo Vidal o Rakitic. Sueldos multimillonarios que han obligado al Barça a desprenderse de ellos a coste cero este verano, o a seguir pagándoles parte de la ficha mientras se los llevaba un rival directo como en el caso de Suárez y el Atlético de Madrid.
La ruina del Barça no la trajo el coronavirus. Simplemente destapó un sistema insostenible. La ruina del Barça no es el contrato de Messi, el jugador que más genera, dentro y fuera del campo. La ruina del Barça es la gestión negligente de la junta directiva durante una década, que a falta de títulos se cobra cabezas como jugoso botín.