Sensación de vivir. La ciclotimia futbolera se apareció en Los Cármenes en su forma más reconocible: por sorpresa, con copera nocturnidad y alevosía de sofá y manta que vuela por los aires. Con los ojos del mundo agotados, el formato ya lo es todo. Sugiero que encerremos el fabuloso concepto de ida y vuelta en 90 minutos. Un par de goles tardíos del Barça, pura inercia, dieron la vuelta al calcetín. Se cambiaron crónicas, se borraron tuits. Esa paradoja de emociones que solemos llamar fútbol quedó capturada en la figura del quarterback Messi ¡pidiendo cabeza! en medio de la locura que desató el 2-2. Se hubiese reclamado la de Koeman en caso de derrota, pero hoy no toca condenar el histerismo circundante sino enaltecer una vez más la capacidad de un juego que se resiste a dejar de emocionarnos.
Mientras los tangibles engrosan las bases de datos para quien quiera googlearlos, las sensaciones se quedan a vivir para siempre en nuestra retina. Cuanto más inesperada es la visita sensorial, más indeleble es su huella. Ayer gritamos ‘Sos Macanudo’ a Pizzi, enloquecimos con la chilena de Rivaldo y veneramos la punta de la bota de Sergi Roberto; hoy Frenkie ‘Pippo’ De Jong nos hizo volver a apretar el puño. Escuché estos días que «era el Granada» en tono peyorativo. Si alguien cree que esto va sólo de ganar títulos, que no siga leyendo.

¿Una noche más? (Oh, oh) El análisis posterior a la vibrante remontada pone el foco en la manera de celebrar los goles y en el lenguaje corporal que desprenden los azulgranas: Miguel Quintana destacó la «emoción, positivismo, energía y rabia que hacía tiempo que, más allá de lo táctico, el Barça no transmitía». Añado a la ecuación a los aficionados, ávidos de felicidades medianas que den paso a las grandes. Los de Koeman acumulan prórrogas por encima de sus posibilidades —y de las de quienes nos sentamos ante la tele— como si supieran que a partir de microalegrías pueden forjarse macroequipos que rindan en mayores escenarios en un futuro que ya se antoja menos lejano. También desde la barrera queremos absorber este desgaste de piernas y párpados como una inversión a fondo perdido.
Empatizo con los míos porque echaba de menos que quisieran cuando no pueden y no sólo pudieran cuando quieren. Vengo repitiendo todo el curso que al Barça no le sobra un gramo: ni fuelle en el campo, ni dinero en la caja ni puntos en la tabla. Así que tras quedarse a las puertas de una leve inyección moral en la Supercopa, bienvenida sea esta piña colectiva que no añade títulos a las vitrinas pero sienta las bases de una ojalá cercana primavera institucional. Noches así dan sentido a la famosa transición. Si este es el camino, me gusta donde vamos.