Cuando sonó el silbatazo para marcar el final de una primera parte extraña, las cámaras automáticamente enfocaron a Messi. El remedio de las últimas temporadas para los problemas creativos, financieros y goleadores del Barça, vaya. ¿Puedo culpar a los directores y camarógrafos que dirigieron sus lentes al enmascarado rostro del rosarino? Por supuesto que no.
Pero había otros problemas, mucho mayores, que debían ser tratados y resueltos con urgencia por Koeman. Por ejemplo, el poner a Pjanic a hacer de De Jong, el mandar al holandés a jugar de Araujo, el insistir con Mingueza en el lateral cuando el chico es zaguero natural o tener al gran danés Braithwaite lejos del área.
Tener cuatro jugadores en posiciones que «no sienten» provoca situaciones como el del 1-0: De Jong fuera de sitio, Mingueza lejos de su zona y Busi descolado intentando corregir a sus compañeros. Por eso, bienvenidas las rotaciones cuando se hacen con sentido y no por necesidad, sobre todo en partidos complejos, como siempre son en Sevilla.
Y Koeman no cambió, al menos no del todo, porque solo tiró de Pedri en un «puesto por puesto» —no rol por rol— que no alcanzó para cambiar la dinámica del cotejo en los primeros compases del ocaso.
Estados de ánimo y le Ley de Messi
Pero el fútbol es un constante estado de ánimo; son contextos, situaciones, que pueden cambiar todo en segundos. Como una atajada de Ter Stegen, ante otro vacío dejado por Frenkie, y el ingreso del sujeto al que las cámaras apuntaron al atardecer del primer tramo.
Un par de gambetas, alguna pausa en el medio, una combinación con Dembélé; y un latigazo característico para destrozar toda táctica o análisis. Messi es un constante destroza relatos, que entra desde el banquillo después de tomarse un mate a escondidas, para encargarse de condicionar un trámite y crear un partido dentro de otro partido.
Koeman también dio en la tecla, no le tembló el pulso para colocar a Trincão; chico al que los demonios le persiguen desde su desembarco en Camp Barça. Pero yo soy de los que cree que la verdadera cualidad del futbolista no está en su gran cuota de talento o inteligencia —que también—, sino en su cabeza para reponerse en la adversidad. Y eso hizo el portugués hoy.
Se mostró por izquierda, se apoyó bien en un par de ocasiones y creyó que, pese a entrar bajo la sombre de Leo, era su día. Participó en la hermosa pared del argentino y expresos Jordi Alba, que desembocó en la furiosa remontada tras el fallido taco de Griezmann. Todo para la desgracia del bueno de Victor Ruíz, que supo de lo bondadoso y de lo cruel que puede ser el fútbol en cuestión de minutos.
El Betis, con un Pellegrini que sigue teniendo el toque, no llegó tan lejos como para bajar los brazos. Se apoyaron en el futbolista diferencial de sus filas, Fekir, y el francés se encargó de martillar la derecha Blaugrana con una corrección de Busi. ¿Fue falta? Me ánimo a ser juez y decir que no, pero lo cierto es que los de Koeman deberán trabajar horas extras en defender centros cruzados desde la táctica fija.
Los béticos se agrandaron. Inflaron el pecho y cogieron la lanza; hicieron lucir a Ter Stegen que, de nuevo, volvió a confirmar su valía como factor indiscutible de este buen momento culé. En ese momento Koeman volvió a hacer click.
Había acertado con Pedri, Messi y Trincão; pero faltaba algo más para revertir su defectuoso planteamiento inicial. Llamó a Umtiti —señalado por su error en Granada— y lo mandó junto a Lenglet, lo sentó a Busquets —que se cascó un juegazo, con viento a favor y en contra— y puso a De Jong en la sala de máquinas. Trincão y el bueno de Ousmane cambiaron de bandas.
Y esta fue la clave. Frenkie, ahora sí suelto y sin la correa de cubrir una orden táctica, irrumpió hacia el área; Messi lo buscó, no con éxito, pero sí con la suficiente dificultad para que Trincão, el avispado joven que siempre creyó en él, madrugara a Ruíz y se estrenara como blaugrana. Y en qué momento, con qué calidad. No hay mejor forma de mandar al infierno a los demonios y al mal augurio.

El Barcelona tiene defectos, Koeman comete errores y la estructura no es infalible, pero el colectivo está respondiendo ante la adversidad. Están compitiendo, como hace tiempo no lo lograba, y se nota. Esto parece, al fin, una transición, aunque aun queda temporada y, como se dijo un par de párrafos antes, el fútbol es, básicamente, estados de ánimo. Y la Ley de Messi, por supuesto.