La fuerza imparable de Messi

Quizás alguna vez se hayan preguntado qué pasaría si una fuerza imparable chocara contra un objeto inamovible. No por ser unos panenkitas de la física cuántica. Ni por haber visto la cabeza de Zidane clavada en el pecho de Materazzi. Basta con haber sido contemporáneo de las leyes de Messi. Ayer, ante el Athletic, el escenario volvía a invitar a desafiar a la lógica: la revancha de la Supercopa de España, la trompeta de Villalibre, la posibilidad de ganar un título casi dos años después, de seguir extendiendo el reinado de Copas (31)… Y, quizá, de ganar su última final vistiendo la camiseta del Barça. 

Messi, en el mejor escenario posible -una final-, quería volver a reconciliarse con el fútbol. El 0-3 fue una especie de déjà vu. Un recuerdo real, nítido, de aquella jugada maradoniana en la final de Copa de 2015. La asistencia de Alves -valga la ironía-, los escudos de Balenziaga y Beñat, el tackle de Mikel Rico, el oasis de Laporte, el postre de Herrerín… Un capítulo más de una película explicada por muchos actores, aunque guionizada por un solo artista.

Este capítulo quería volver a atentar contra cualquier regla tangible. La obra empieza a desnudar la cordura en campo propio, con Dest de escudero. Un toque del norteamericano sirve para abrir la autopista de Messi. Yuri persiste en el intento; Balenziaga, catatónico, se hunde en el recuerdo y no le sigue. Deja hablar al talento. Dos fugaces paredes con De Jong sirven a Leo para explorar las praderas del área. El terror invade las piernas de los Unai -Núñez y Simón-. Duermen los leones. Y el balón, una vez más, dispara a cualquier teoría de Newton. Dieciséis segundos después de aquel primer toque, Messi consigue besar la red. Para el resto, podría haber pasado toda una vida. El déjà vu con Leo es eterno.

La paradoja de la fuerza imparable no debe ser entendida como un postulado de posible realidad. Porque la lógica dice que si existe un objeto tal como una fuerza imparable, es imposible que exista un objeto inamovible al mismo tiempo. Einstein, siguiendo su fórmula (E=m*c2), diría que serían el mismo tipo de objeto con masa infinita. Pero Messi es un desafío a la ciencia moderna. En su universo, no hay objeto imposible. La jugada del 0-3 volvió a demostrarlo: cuando nace la jugada -en mayúsculas- no valen las piernas, valen las ideas. Los besos al cielo. Ayer, el imaginario y la fuerza infinita de Leo volvieron a paralizar cualquier esperanza athleticzale. Y su sonrisa reapareció para levantar un nuevo título (ya van 35 como azulgrana), su primero como capitán. Messi, pese a lo que diga la lógica, es la energía infinita del barcelonismo.

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