Una copa que ya no sabía a nada. La consumimos en cada garito y dejamos de darle importancia, pero la sequía afligía a un club sediento. Entre 2014 y 2018, llegamos a encadenar cuatro de consecutivas, haciendo de esta la rutina más tediosa. Y la volvimos a beber, pero esta sabía diferente, pues llegamos a sentir el ansia de una sed infinita. Volvió la fiesta, por una noche.
Bajo la amenaza de poder firmar un año en blanco, el partido se presentaba como una oportunidad. Subsanar la herida que dejó la derrota ante el Madrid, desquitarse de la eliminación europea o saciar la sed de revancha y enmendar la derrota de la Supercopa de España ante los de Marcelino. Eran muchos los condicionantes que convertían la final en el remedio más oportuno. Y del modo más estilista, el Barça consiguió resarcirse de todos los golpes, atenazando a un Athletic que se vio abrumado ante tal propuesta. Por enésima vez, los vascos contemplaban como los azulgrana les volvían a negar la oportunidad de recuperar un trofeo que se les resiste desde hace 37 años, cuando despachó precisamente al Barcelona de Diego Armando Maradona.
Del miedo al júbilo. La urgencia por ganar se tradujo en una auténtica exhibición de fútbol. Un Barça sobresaliente se aproximaba al área de un Athletic acorralado que aguantó hasta que se vio fulminado ante un equipo que goleó sin piedad. Messi, con De Jong como unos de sus principales socios, fue el dueño del partido y líder de un equipo que apabulló al rival para así llevarse la Copa a casa.
Después de unos meses complicados, llenos de crisis deportivas e institucionales, con elecciones de por medio y una eliminación europea añadida. Después de todo esto, se levantó un título, el primer descorche con Joan Laporta en el palco. Para algunos será una copa más, para otros es un premio que despeja el horizonte a ráfagas de ilusión. Una ilusión que debe ser transportada a la competición doméstica con tal de mantener vivas las aspiraciones.
Como en la sociedad misma, la necesidad de vivir una noche como las de antes se hacía imperiosa. La bebida estaba ahí, sugeridora. Nos costó llegar, pero lo hicimos. La saboreamos de la mejor manera, y enloquecimos. Como en los viejos tiempos.