Cómo hemos cambiado. El calendario dice que habrán pasado cinco días desde que un Barça vintage renovase su carnet de rey de la Copa hasta que el balón vuelva a rodar esta noche en Liga, competición tan inexplicable este curso como para permitir que los de Koeman se reenganchen a ella desde la cuarta posición y sin haber jugado. El calendario dice que han pasado cinco días desde que un imberbe Messi fue a Sevilla y ocupó su silla, pero nuestra desconfinada existencia ha absorbido estímulos equivalentes a un lustro. El eslalom combinado del argentino con De Jong parece ya un recuerdo borroso, un incunable azulgrana. Como si de una Instagram Story se tratase, la victoria copera caducó a las 24 horas, cuando el equipo perdió su condición de campeón para convertirse —quién sabe si para siempre, watch this space— en un mero miembro fundador de la Superliga. Falta conocer la letra pequeña. Entre la deuda y la pared, se esfumó otra posibilidad de comportarse como Més que un club.
Nos va la Liga en ello. De vuelta al torneo abierto que no necesita prefijo amplificador y que tanto valoran los entrenadores —algo esconden—, se ciernen sobre el Barça dos tópicos tan extendidos y tóxicos que me he propuesto convivir con ellos en lugar de combatirlos. Uno es el de las ‘siete finales’ que quedan por disputarse. El sinsentido conceptual no parece ni de lejos tan grave como otras ofensas a arraigados pilares que se tambalean en las últimas horas, así que le seguiré el juego al universo y quizá a cambio me devuelva la meritocracia con la que crecimos. Valdano escribió que el fútbol es una farsa que hay que creerse. El segundo cliché es la moderna obsesión mediática por ‘depender de uno mismo’, como si todas las fichas del parchís pudieran avanzar en la volata hacia el título sin comerse unas a otras. Ahorraré energía y sólo diré que de los cuatro candidatos en liza, colchoneros y culés dependen de sí mismos. Y eso qué importa, me responderéis con razón.

Un título en la bolsilla. El Barça volvió a quedarse corto en El Clásico confirmando que, pase lo que pase hasta final de curso, su asignatura pendiente son las grandes noches. Sin embargo, que una cita mediana como la final de Copa acabase en victoria convincente debe aligerar la mochila de la exigencia y liberar a un equipo que afronta siete finales (perdón) con el aprobado bajo el brazo. Este grupo híbrido de senadores y becarios ha sabido rebelarse al año de transición quemando etapas hasta tocar metal y forjando su espíritu desde derrotas de esas en las que se aprende. Estirón a corto plazo, pero estirón al fin y al cabo. Levantando la cabeza hacia el futuro, se han engrasado sociedades sobre el césped gracias a la ductilidad táctica de Koeman —para algunos en el debe del holandés, para mí en su haber— y se ha rejuvenecido el plantel por necesidad y por virtud. Nota mental para la institución: la cantera responde en las malas, miremos a ella por sistema y no sólo en caso de incendio.