Decía Martin Luther King Jr. que tenía un sueño. Probablemente todo empiece por ahí, por tener un sueño. Aunque, más a menudo de lo que nos pensamos, muchos proyectos mueren antes de nacer porque no pueden existir en nuestra mente ya formada, y se da un fenómeno parecido a una autocensura inconsciente. Durante mucho, mucho tiempo, eso fue el fútbol femenino; un sueño impensable.
Pero, como en la vida misma, el deporte y, en consecuencia, el fútbol, cambia. Y a veces hasta mejora. Con el crecimiento del fenómeno del fútbol femenino, toda esta inexistencia pasó, primeramente, a provocar unos sueños etéreos e indeterminados, pero, al fin y al cabo, sueños. Las niñas menos tímidas empezaron a verbalizar el “mamá, quiero ser jugadora de fútbol” más como un acto de imaginación utópica que de minuciosa previsión de futuro.
Ya que quien avisa no es traidor(a), cada vez más niñas siguieron interesándose por el fútbol practicado por sus compañeras de sexo. Copiaron toda la liturgia futbolera y las tradiciones de llevar sus camisetas, les pidieron autógrafos y fotos, coleccionaron sus cromos… Ese sueño tan difuso por momentos se veía más y más nítido. Entonces, cual hilo conductor y para sorpresa de nadie, el mayor bombo dado a las mujeres deportistas comenzó a dar sus frutos, hasta llegar al bosque crecientemente frondoso de ahora.
Martin Luther King Jr. tenía un sueño. Ahora cientos, miles o millones de niñas que ven a las primeras referentes del fútbol femenino también tienen un sueño que ya no ven inalcanzable, pues observan con admiración que, por primera vez para las futbolistas, los sueños se cumplen. Ayer fue un sueño cumplido, hoy ya es una realidad, pero mañana la realidad será todavía mejor. Y estará por descubrir.
ESTADI JOHAN 