Como la película de Carla Simón, pero doce meses más tarde. De los albores de esta pasión llamada fútbol ya he hablado otras veces. Y vaya por delante que mucha de la inspiración de hoy viene del artículo que Albert Fernández escribió en marcadorint en 2014, días antes del inicio del Mundial de Brasil.
Hoy toca hablar estos días de junio, que han sido lo más parecido en mucho tiempo a aquellas fechas del sueño americano hecho mundial. Muchos partidos han vuelto a ser a plena luz del sol. E incluso hemos sentido de nuevo que todo era posible tras una brillante primera fase de la Eurocopa, con mucho fútbol y momentos para el recuerdo. El gol de Yarmolenko, el de Schick o el de Modric. Y, desde aquí, una pequeña lanza se rompe en favor de este formato itinerante. Un torneo jugado por todo el continente se antoja una bonita aspiración de globalidad y es lo más parecido a hacerlo por todo Estados Unidos. Como hace 27 años, vaya.
Nada alrededor es como entonces, claro. 1994 era otro rollo. Tampoco entonces las familias estaban completas, pero a la sazón era porque alguno de sus miembros estaba todavía por llegar, no porque se hubiera ido antes de tiempo, que es lo que pasa ahora. En los kioscos te vendían te vendían los sobres a 25 pesetas y la guía del torneo en formato revista. Lo primero es hoy una utopía. Y lo segundo ha dejado de pasar en España justo este verano. Una liturgia perdida que duele como todo lo que llega a su fin por primera vez, ya sea un amor de verano o un campamento.

Pero este verano, a pesar de acontecer tres décadas después y de pertenecer a un año impar (algo que nunca nos había pasado), ha tenido visos de aquella magia noventera. El domingo 13, por ejemplo. Asado familiar en el pueblo mientras se jugaba un Inglaterra-Croacia. El momento previo a la comida, mientras la leña quemaba y se hacía brasa, con esa previa del partido en Wembley y la ceremonia de los himnos, fue de plenitud total. Sobre todo, por el hecho de saborear esos instantes, siendo consciente de que algo semejante no se produce todos los días. Bien pensado, hay pocos domingos así en una vida. No siempre habrá un gran torneo de selecciones que echarse a la boca. No siempre podrás estar con los tuyos. No siempre podrás hacer un asado. No siempre podrás ir al pueblo en junio. No siempre será domingo. Que todo eso confluya en un mismo periodo de tres o cuatro horas es lo más parecido a un eclipse. Y ser consciente de ello, percibirlo y saborearlo, es una virtud que no tienes en plena infancia. Quizá sea eso lo mejor de cumplir años.
Pero también existe la lectura agridulce. A veces se ríen de mí cuando digo que la Eurocopa se terminó con el desenlace de la jornada 2. Con ese insípido España-Polonia acabó el estado de felicidad. El torneo sigue, obviamente, y la jornada 3 ha sido de lo más apasionante. Pero esa sensación de inmortalidad, de que todo está por hacer, de que todos están de estreno, ya ha pasado de largo. Esos días previos al torneo, ese gusanillo esperando el Italia-Turquía inaugural, esa Macedonia del Norte presentándose sin complejos en el Arena Nationala de Bucarest o la carismática Finlandia. Todo eso ya forma parte del pasado.
La sensación de vacío se acrecienta en la tarde de hoy, más cuando alguien lanza la pregunta en un grupo de WhatsApp: “¿Hoy no hay Eurocopa?”. Ese break tras la primera fase también muestra la frontera entre el entusiasmo y el conservadurismo. Se nos viene la hora del todo o nada. Por supuesto que habrá emoción. Pero lo mejor ha quedado atrás. Para postre, es 24 de junio. Cumpleaños de Leo Messi. Un año más en el DNI. Uno menos para que se retire. Sus rivales lo celebran. Consuela su inminente renovación, que será un dulce que echarse a la boca. Algunos lo tendríamos jugando aquí hasta que vaya en taca taca.
Con todo, tuvimos una nueva verbena de San Juan con el fútbol de fondo. Los recuerdos de 2010 son recurrentes. Aquel Alemania-Ghana en el Soccer City. El golazo de Mesut Özil. La fábula de los hermanos Boateng. El manido recurso de recordarnos que los abuelos de Mario Gómez son de Granada. Podolski acuñando el síndrome Podolski. Hay muchos Asamoah. Pero solo un Gyan. Es arriesgado llevar el ‘3’ a la espalda siendo delantero. Pero con ese ese nombre de superhéroe y ese carisma incontenible se puede ir a cualquier parte. Después viene la guinda, porque fallar un penalti decisivo es lo que te permite trascender. Le sucedió también a Roberto Baggio con su fallo en el Rose Bowl de Pasadena. El error humaniza al héroe. Y nos acerca a él.
La verbena 2021 ha estado a la altura de las mejores. Una terraza, un televisor y amigos. Después llegó la fiesta, pero primero tuvimos a Españita sacando los goles como del bote de kétchup, haciendo buena la profecía de Ruud van Nistelrooy. Para cenar, menú doble: Portugal-Francia y Alemania-Hungría a golpe de zapping. Siempre ganan los teutones, pero últimamente no tanto. Y Cristiano Ronaldo sigue marcando goles, decidido a dejar marcas inalcanzables para los que vengan detrás. A lo Rafa Nadal en Roland Garros.
Cristiano, Nadal, Gasol, Messi. Gente que un día se irá, pero que se resiste al crepúsculo con actuaciones que todavía nos dejan con la boca abierta. Teniendo en cuenta que llegaron a nuestras vidas cuando nosotros empezábamos a saber de qué iba esto y nos hemos hecho mayores con ellos, su adiós dolerá el doble. Su marcha será un golpe a nuestra línea de flotación. Ellos, que nos han hecho sentir que seguimos siendo niños, nos harán pasar directamente a viejos el día que se marchen.

Respecto a Mundiales y Eurocopas, mucha de su magia reside en la reflexión de Henry Kissinger. En un artículo publicado en El País en junio de 1986, el ex secretario de Estado norteamericano lanzó una brillante idea acerca del fútbol y las identidades nacionales: cada selección expresa sobre el césped la manera de ser del país en cuestión. No hay que tomárselo al pie de la letra, puesto que en Italia existe un Del Piero pero también un Gattuso. Pero cuando uno observa la coreografía de un combinado nacional sobre el césped, intuye cosas. Piensen en Brasil, Japón, Alemania o Italia. En España. En un combinado africano.
Sea como fuere, en estos días de días ha vuelto esa magia. Quizá son las ganas de volver a sentirla. O que la expectativa es baja. Pero, por momentos, dio para pensar que todo era posible de nuevo. Algunos tenemos recuerdos del Mundial de USA, así que hay que aprovechar cualquier ocasión para sentirse joven. Quizá ésta de 2021 sea la última.