Sirva este inicio de este texto para pedir perdón. Hace unos días, a caballo entre el final de la primera fase y las eliminatorias, osé decir que la Eurocopa se había acabado. Suele pasar en los grandes torneos de selecciones que el entusiasmo de las primeras fechas va menguando y se torna en miedo cuando los partidos son una ruleta rusa en que uno de los dos se marcha a casa.
Pero nada más lejos de la realidad. En cuatro días tuvimos tiempo de sobra para vivir más fútbol que en el último año y medio. Desde que Morata marcó aquel gol con público en Anfield y pidió perdón a la que entonces era su afición han pasado muchas cosas, la mayoría desalentadoras. Sin embargo, en estas 96 horas de fútbol paneuropeo con público en los estadios empezamos a sentir que nuestro querido deporte había vuelto.
Y de qué forma: Dinamarca recuperando la joya que el destino le tenía preparada, Chequia demostrando su idilio con las Eurocopas, Suiza superando la segunda eliminatoria de su historia en un gran torneo o la Ucrania de Shevchenko obteniendo un billete cuando la prórroga ya moría. Hasta Inglaterra tuvo tiempo de doblegar a Alemania para que Gary Lineker se desdijera con una sonrisa de su ínclita profecía. También al propio Morata se le abrieron las puertas del edén, justo cuando ya nadie lo esperaba, con los croatas desencadenados tras forzar un tiempo extra que parecía imposible.
Ya da igual cómo acabe el torneo o quién lo gane. De esta Eurocopa itinerante se hablará en los años cuarenta. Del mismo modo que hoy hablamos del icónico gol de Poborsky o las ruletas de Zidane en las semifinales de 2000, del cucchiaio de Totti o la fábula de Grecia, con el paso del tiempo se hablará del día de las prórrogas o del gol de Dobvyk en Hampden Park cuando los penaltis acechaban.
Es innegable el valor añadido que un buen espectáculo le otorga a un torneo así. Aunque, cuando se juntan unas cuantas selecciones en verano, el poder de atracción es intrínseco y el aficionado experimenta todas las manifestaciones posibles de liturgia: guías, cromos, camisetas, planes para ver los partidos, apuestas en la oficina o con los amigos… y también los testimonios subjetivos juegan un papel importante. Los diarios de José Luis Garci para ABC en el Mundial del 94, recogidas después en un fantástico libro llamado Foot-Ball Days & Otras Taquicardias POP. O la fructífera relación epistolar que mantuvieron Galder Reguera y Carlos Marañón en 2018 y que después fue brillantemente publicada por Libros del KO en Quedará la ilusión. De este torneo, sin duda, muchos recordaremos Los últimos de la lista, las charlas con nocturnidad y alevosía que Javier Aznar y Enrique Ballester nos han hecho llegar todas las mañanas de esta Eurocopa. La única pega es que llevan tantos días de parón como el torneo, y así no hay quien aplaque la agonía por este mes en Disneyland que ya termina. En la última entrega salió bien parado Natxo Torné, experto groundhopper y amigo de esta familia llamada Estadi Johan. Escuché tambores sobre ello, confundí los tiempos y, antes de escuchar el podcast, le escribí para ver si le habían invitado. Su reacción fue la misma que hubiera sido la mía: “Ojalá, solo me mencionaron. Aunque si me hubieran llamado no habría sabido ni qué decir”.
A algunos, lo que sucede fuera del terreno de juego, las liturgias y ramificaciones que genera este deporte, nos gustan más incluso que el balón rodando por el césped. Tal o cual peinado. Un nuevo patch de la UEFA. El nuevo template de Nike. Los realizadores apuntando a los fans. Jugadores como Jack Grealish. Alguien decía el otro día en Twitter que nunca el hype generado por un jugador en las redes sociales había respondido tanto a la expectativa. La excusa perfecta para que los mitómanos lo sigamos siendo dos décadas más si hace falta, vaya. Aunque el peinado de Gascoigne lo copió Foden, es el mediapunta del Aston Villa el heredero natural Gazza, manteniendo todo su carisma, pero emborrachándose demasiado joven para aprender la lección a tiempo. Ya saben aquello de que una nueva generación siempre supera a las anteriores.
Ninguna Eurocopa se parece a otra. Al contrario que los veranos. Y aquí seguimos con la cruzada de que esto es 1994. Y hoy hay un España-Suiza. Un 2 de julio. Efectivamente, igual que en aquel loco verano americano. Aunque esta vez sin perillas.