
Xavi Hernández llegó a Barcelona subido en el Delorean, con el mismo aura uno de esos héroes que viajan en el tiempo. Desde su aterrizaje a marchas forzadas, los años parecen no haber pasado en Can Barça y la sombra de Ronald Koeman ya ha quedado atrás. La sensación ahora es que el barcelonismo, sediento de ese estilo que alimentaron Pep Guardiola, Leo Messi y el propio egarense, ha pasado del ansia a la paciencia confiándolo todo en las manos de su nuevo entrenador.
Ahora es Xavi quien tiene las riendas del equipo al que un día comandó con el balón en los pies. Él será el dueño del tiempo en el Camp Nou. Será él quien marque los pasos de un equipo en construcción y que necesita responder con estímulos positivos a una sequía que venía alargándose demasiado. Puede que se aferre de manera inquebrantable al fútbol que amamantó de Guardiola, o bien que se saque de la manga automatismos heredados del fútbol catarí, donde se ha forjado como técnico. Da igual. Ahora el culé es feliz. Mejor dicho, vuelve a serlo.
La confianza en Xavi ha pasado de ser mera ilusión a una certeza innegable. El barcelonista sabe que las cosas irán bien, y su entrenador también. No sólo por que se empeñe en devolver ese fútbol que en su día hizo soñar, sino porque tiene la fórmula para que éste derive en buenos resultados. Lo dejó claro el primer día, llamando a la ley y el orden. Suyas serán las reglas, y suyos también serán los resultados.
Ahora el Barça depende de Xavi, como en tiempos predecederos. El de Terrassa, ahora curtido con traje y corbata, vuelve a ser la brújula que en su día desapareció a raíz del mandato de Josep María Bartomeu. Todos los jugadores miran hacia él, encariñados con ese futbolista que tanto sabía y con ese entrenador que tanto sabe de fútbol. Y es que el Xavi jugador y el Xavi entrenador, fusionados en una misma persona, han hecho suya la única medida de la que tanto se ha rehuído en Can Barça: el tiempo.