Se acabó la Navidad. Se acabaron las reuniones familiares, se acabó el volver a ver amigos lejanos, se acabó el tiempo de descanso. En estas fiestas siempre reina un ambiente de alegría, de felicidad y en definitiva, del famoso “espíritu navideño” pero también se evidencia lo que se perdió durante el año que termina. El amigo o familiar que ya no está, que se fue para siempre o que, pese a no irse para siempre, todos saben que no volverá. Para estos casos siempre se deja una silla, una silla vacía, un hueco en la mesa que nadie osa ocupar y que va a quedar desierto, como mínimo, hasta el próximo año.
La Navidad en el Barça fue extraña, como todos estos últimos meses. No hay muchos motivos de celebración, aunque en el club son conscientes que en los próximas ediciones va a haberlos, y no pocos. Pero sí hubo una silla vacía que pesaba mucho en la mesa del Camp Nou. Un hueco que recordaba una marcha vivida durante el 2021 que pocos se atrevían a vaticinar. Estas fueron las primeras Navidades desde hace más de veinte años que Leo Messi no pasó vestido de azulgrana.
Pese a que algunos intentan normalizar la situación, aún se hace muy raro ver al argentino con la camiseta del PSG. Pasaron ya algo más de cinco meses desde ese fatídico 8 de agosto, desde el momento en el que todo el barcelonismo miraba con el corazón encogido como su estrella, su bandera y parte de su escudo abandonaba el equipo de su alma llorando, sin ser capaz de articular una frase seguida y repitiendo que “yo me quería quedar”. Y, sobretodo, sin la oportunidad de brindarle una última ovación del Camp Nou.
El Barça aún sigue recomponiéndose del adiós del mejor jugador de su historia. Su marcha ha magnificado las carencias deportivas del primer equipo masculino, pero también se ha topado con el peor momento a nivel económico de los últimos años. Y en el otro lado de la frontera, Messi también sigue sin encontrarse en un equipo lleno de estrellas y, a priori, aspirante e incluso favorito a todos los títulos. El matrimonio que tanto había cosechado juntos se rompió y ninguno de los dos cónyuges consigue encontrar su camino sin el otro.
La mesa del Barça en esta Navidad tuvo la silla de Messi vacía, sin nadie capaz de ocuparla. Pese a contar con un hueco enorme en la mesa principal, se tuvieron que añadir algunas que en principio estaban en la mesa de los niños. Gavi, Nico, Abde, Jutglà y compañía se ganaron a pulso comer por primera vez con los adultos, con los grandes, sin temor a desentonar en una mesa anímicamente tocada por la marcha del anfitrión. Al contrario, su aire fresco, sus ganas y por encima de todo su gran calidad y capacidad de entender el juego del Barça ha revitalizado un equipo que parecía hundido hace unos meses.
Puede que nadie pueda ser capaz de sentarse en la silla de Leo Messi nunca más, puede que se tenga que retirarla para que nadie la intente ocupar y quede mancillada.Pero también puede ser que, al lado de su sitio vacío, se amonten sillas y sillas que irán creciendo cada temporada y sus ocupantes serán, al final, los encargados de brindar, celebrar y conducir las comidas y cenas de Navidad de las próximas décadas en el Camp Nou.