Escrito por Jesús Núñez (Tw: @JJ_NG81).
Definitivamente, la temporada 93/94 no había empezado del todo bien para el FC Barcelona. Tras cinco años comandando la nave blaugrana y tres Ligas, una Copa del Rey, una Recopa y una Copa de Europa, Johan Cruyff había confeccionado una de las plantillas más ofensivas de la historia del club.
Hasta seis delanteros y tan sólo tres defensas natos: el líbero Koeman y los laterales Ferrer y Juan Carlos. El cuarto hombre era Nadal, pero hasta su explosión como central de primer orden, precisamente en la temporada 93-94, el manacorí había desarrollado su carrera como centrocampista en el Mallorca, pero también en el Barça. El interior zurdo Witschge y los centrales Serna, Pablo Alfaro y Alexanco, habían sido sustituidos por Iván Iglesias, Quique Estebaranz y Romário. El primero, un joven interior procedente del Sporting que debía dar un relevo de calidad y sacrificio a Eusebio y Amor, será decisivo en la recta final del campeonato. El segundo, un habilidoso extremo, héroe de las Ligas de Tenerife, pasará casi inadvertido, y el tercero, procedente del PSV, terminaría siendo el extranjero de mayor impacto en su primera temporada en el fútbol español desde que lo fuera el propio Cruyff veinte años antes.
Además, la llegada de O Baixinho cumplía a la perfección con una prioridad de Johan: un extranjero tan bueno o mejor que los otros tres, capaz de disputarles verdaderamente la titularidad. Todo lo que no pudo lograr Witschge en sus dos años en el club. Tan fino y talentoso como frío y opacado por Koeman, Laudrup y Stoichkov.
Sin embargo, el primer cuarto de la temporada, era bastante mejorable. El equipo transitaba entre su fragilidad defensiva y las genialidades de un «futbolista de dibujos animados» que diría Jorge Valdano. En apenas doce jornadas de liga, el Barça había cedido dos empates y tres derrotas. El equipo perdía comba con el SuperDepor y se desangraba defensivamente. Sobre todo en el lateral izquierdo, donde Johan no lograba dar con la tecla ante la ausencia de un especialista. El único, Juan Carlos, apuraba sus últimos días como azulgrana entre problemas físicos. Goikoetxea y Eusebio, las otras opciones, no dejaban de ser un extremo y un interior. Ideales con el equipo asentado en campo rival, pero sufridores cuando les cogían las espaldas los Kosecki de turno. Así las cosas, cada vez era más persistente el run run de cambio de ciclo, agotamiento y necesidad de introducir juventud en una plantilla saciada de éxitos. Sobre todo, tras tirar un 0-3 en el Vicente Calderón en apenas cuarenta y cinco minutos y caer dos semanas después en el Camp Nou con el recién ascendido Lleida.
Son tiempos en los que el culé verá por primera vez a Zubi sentado en el banquillo y la relación entre Cruyff y Laudrup se agrieta tanto como fuertes son los rumores de la marcha del danés al Madrid. Entre tanto sobresalto, Europa nos dejará el cénit del Dream Team. Un aluvión de fútbol, goles y ocasiones en el 4-1 contra el Dinamo de Kiev que permitirá levantar el 3-1 de Ucrania, espantar los fantasmas del CSKA y pasar a la posteridad como el considerado mejor partido del Barcelona de Cruyff.
En esas circunstancias, el Barça volvía a una Liga de Campeones diferente a la que hoy conocemos. Dividida en dos grupos de cuatro equipos, el primero de cada uno de ellos se enfrentaría al segundo en la semifinal para llegar a Atenas. Con un importante matiz: será a partido único en campo del mejor clasificado.
Barcelona y Milán se presentaban como máximos favoritos de la competición. Los italianos, encuadrados con el rocoso Werder Bremen, el Anderlecht y el siempre competitivo Oporto, cumplirían con su parte, pero volvamos al Barça. Sólo el Mónaco de Scifo y Klinsmann, parecía poder dificultar la clasificación del Barcelona como primero. La participación monegasca en el torneo fue rocambolesca. Lo hicieron por la exclusión del Olympique de Marsella, campeón francés y europeo, apartado de la competición por una trama de amaño de partidos. A los marselleses, debía sustituirlos el PSG en su condición de segundo clasificado del campeonato local, pero estos rechazaron el ofrecimiento provocando que el Mónaco, tercero en la última liga francesa y con todo preparado para enfrentarse al Tenerife en la Copa de la UEFA, fuera el representante galo en la máxima competición continental. En fin, un galimatías. Spartak de Moscú y Galatasaray eran los otros rivales del Barcelona, y en Estambul nos encontramos con el protagonista de nuestra historia.
De la mano de futbolistas y técnicos alemanes como Jupp Derwall, Kuntz, Aumann, Stumpf y Gotz, el fútbol turco estaba inmerso en una etapa de crecimiento que le llevaría a disputar su primer gran evento en cuatro décadas, la Eurocopa 96. Stumpf y Gotz, viejos conocidos del Barcelona tras enfrentarse con Kaiserslautern y Bayer Leverkusen en la Copa de Europa 91-92 y en la Copa de la UEFA 87-88, jugaban en el Galatasataray, y el infernal Alí Sami Yen de Estambul era la primera parada del sueño europeo.
Un partido más, un 0-0 en la historia europea del Barcelona, si no fuese porque allí debutó un canterano del que poco se había hablado hasta la fecha y cuyas mejores actuaciones en el filial, producto de su portentosa velocidad, fueron como extremo izquierdo. Sergi Barjuán era el último as en la manga canterana de Cruyff tras Milla, Amor y Guardiola, para solucionar el problema del lateral izquierdo. Un clon de Ferrer en la otra banda. Con unas cualidades físicas casi idénticas, ideales para cerrar en defensa de tres y cubrir las espaldas de Koeman gracias a su potencia y velocidad, pero con más proyección ofensiva que el ‘Chapi’. Y es que, aunque el 2 de Cruyff no desentonaba cuando se sumaba al ataque, destacaba, sobre todo, como un gran marcador, un «perro de presa», capaz de secar al mejor delantero.

Galatasaray, el rival del Barcelona en su nueva aventura de la Europa League, siempre será en la memoria colectiva culé, el equipo contra el que debutó Sergi. Un canterano que resolvió de un plumazo el problema del lateral izquierdo del Barcelona 93-94 para tan sólo meses después, llevar al Barcelona a la fatídica final de Atenas con su conexión con Stoichkov en la semifinal contra el Oporto y disputar un Mundial bajo la consideración del mejor futbolista europeo en su posición tras Maldini.