Aritculo escrito por @edu3boada
Hace unos meses me fui de Erasmus. Concretamente a Montevideo. En la casa no había espejos. Miento, había uno en cada baño y uno solo en un espacio común. Este se encontraba en la columna que daba acceso a la cocina. Realmente era un espejo bastante raro. Más largo que ancho, solo te servía para mirarte de perfil o al menos solo a mí.
De esos seis meses sin mirarme al espejo, más allá de al salir de la ducha, aprendí una cosa. Que bien se vive sin verse en el espejo. Es como aceptar que lleves lo que lleves, salgas como salgas, como dijo Koeman: “Es lo que hay”. No puedes perder tiempo buscando como disimular esas malditas arrugas por no haber aprendido a planchar, o como esconder esa mancha que no se va. Al final es salir de casa reafirmando que quizás no tienes sentido de la moda, pero oye en tu cabeza, esa combinación parecía espectacular.
Van pasando los meses y te das cuenta de que ese no mirarse al espejo es, primero, una alegría para los cristales de tu casa, y segundo, un alivio para ti. Parece mentira, pero no verte te da esa auto convicción de que lo estás haciendo de puta madre. Te da como una confianza rarísima. No sabes por qué, pero estás muchísimo más seguro de todo. Al final es así de triste, somos nosotros mismos los más cenizos con nuestro ser. Los más pesados, tercos, cabezotas, y hasta un poco cabrones, con lo único que el de arriba nos dio. Os lo juro, realmente no te ves las imperfecciones. Y si alguien las viera, no nos engañemos, nadie tendría la valentía de decirte: “perdona, hoy te has superado. Lo de hoy le dolería hasta a Stevie Wonder”.
¿El problema de todo esto? Pues que cuando volví a mi casa en Barcelona había un espejo a cada paso que daba. Claro, son seis meses de no fijarse en los detalles y dejarse llevar. A la que pasas al lado de uno empiezas a recordar ese picorcito que te da eso de mirarte y autodestruirte un poco. Bueno, lo típico del ser humano.
Poco a poco te vas olvidando de como molaba eso, de vivir sin espejos. Ahora solo piensas en “joder, el puto Erasmus”. Pero aun así te das cuenta de que has cambiado, y no solo físicamente -qué buenos son los asados uruguayos amigos-, sino también como persona. Que el no verte te ha dado diferentes mecanismos para estar más cómodo contigo mismo, para no sobre pensar las cosas, para ir de frente, para pasar a la acción y si la jodes, pues, qué más da. Cuando te ves después de seis meses, entiendes que eso de vivir sin espejos ha sido una bendición para poder crecer libre, un poco sin tus ataduras, para dejarte llevar y no sufrir con eso de “hostia, tengo que volver a hacer deporte”.

Al Barça de Xavi le iría bien no mirarse al espejo durante un tiempo. No porque el equipo de este año no sea digno de ver, sino porque el verse le obligará constantemente a recordar épocas pasadas. Si un día hace un recital, se intentará comparar con aquellas épocas gloriosas. Si un día algo sale mal, la comparación será con que quizás hace un tiempo no estábamos tan mal.
La derrota del otro día en Múnich debe servirle al equipo para dejar de mirarse al espejo durante un tiempo. Debe servirle para crecer a su gusto. Hacerlo siendo consciente que esto es muy largo, y que no va más lejos quien más se cansa. En el momento en que la comparación, el “que podría haber sido”, o el “de dónde venimos” se diluya de la cabeza de todos, tengo la sensación de que este nuevo proyecto podrá fluir con comodidad. Cuando pasen esos meses de vivir sin juzgarse, podremos mirarnos al espejo y ver realmente como hemos cambiado.