Artículo escrito por Diego González (@DGGonzalez_)
Moverse en la precipitación e improvisación es una característica que define al FC Barcelona de los últimos años. Desde fichajes carentes de análisis y difíciles encajes, hasta planes de partido en el que el estilo de juego no reflejaba la seña de identidad del club. Ambos aspectos han salido a la palestra a raíz de los últimos cosechados en la Copa de Europa, especialmente. Pero la llegada de Xavi Hernández, también con cierto toque precipitado, parecía resolver el encaje entre entrenador y plantilla que tanto adolecía el conjunto culé desde las despedidas de Guardiola y Luis Enrique. Pero casi un año después, la historia vuelve a repetirse.
No nos engañemos entre nosotros. La apuesta de Xavi como técnico fue a ciegas y guiada por el corazón. Como si todas sus dotes con el balón en los pies fuesen garantía de que iba a ser un buen entrenador. Un impulso por recuperar el pasado. Y hasta él mismo reconoció que aún le faltaba tiempo para dar el salto al banquillo del club de su vida. «Por suerte o por desgracia le he dicho dos veces no al Barcelona, por circunstancias diferentes, familiares, profesionales, contractuales… Y decir que no es muy difícil porque soy culé, pero no era el momento«, apuntó en junio de 2021. Y cinco meses después, todo cambió cuando el momento era todavía menos indicado al ser la primera temporada sin Messi.
Su primer año no superó las expectativas ni los datos le respaldaban. En sus 38 primeros partidos únicamente consiguió un 52,63% de victorias (20 triunfos, 10 empates y 8 derrotas), un peor porcentaje que Koeman (58,21%), Setién (64%) y Valverde (66,9%). Pero la victoria en el Santiago Bernabéu (0-4) pareció ser la respuesta a la gran pregunta: él era el elegido para devolver la gloria a Can Barça. Hasta que casi dos meses después el Eintracht de Frankfurt suspiró su primer posible destierro.
Si precipitado fue fichar a Xavi, también lo podía haber sido despedirle, y más teniendo en cuenta que su primer año estaba marcado por una total revolución de plantilla, pese a que solo un nombre argentino aglutinase todo el proceso. Joan Laporta y Mateu Alemany no dudaron, entonces, en servirle todos los recursos para desarrollar su estilo de juego con un amplio abanico de nuevos jugadores. Y hasta el 12 de octubre, por fin empezaba a responder a toda la confianza depositada, a pesar que entre medias de ese intervalo de tiempo se produjeron dos duras derrotas en la fase de grupos de la Champions League (2-0 contra el Bayern Múnich, 1-0 ante el Inter de Milán).
Antes de la ‘final’ contra el conjunto italiano, el FC Barcelona vislumbraba cierto agotamiento físico y de estilo de juego que se inició desde el parón de selecciones, a pesar que las lesiones más importantes fueron en la zaga. Sin Araujo y Koundé, los miedos de Xavi y el resto del equipo empezaron a florecer. Indirectamente, se empezaba el partido perdiendo al esperar que un gol rival fuese lo más probable. Y si era lo esperado, ¿por qué Xavi explotó las vulnerabilidades de su propia plantilla en el partido de vuelta contra el Inter de Milán?
Con la necesidad imperiosa de la victoria, un esquema poco habitual como el 3-4-3 y la colocación de la defensa a 50 metros de la portería de Ter Stegen pese a contar con centrales muy vulnerables a correr hacia atrás (Piqué, Eric García y Marcos Alonso) no parecía ser el planteamiento adecuado ante un equipo que domina las transiciones. El 1-0 aparentó que Xavi acertó en sus decisiones, pero ni el gol de Dembélé fue producto de su pizarra y el Inter perdonó alguna ocasión en el primer tiempo. Los 15 minutos del descanso tuvieron que servir para corregir errores, y en vez de eso, se explotaron con mayor facilidad.
Que Piqué rompiese el fuera de juego en el primer gol y dejase pasar el balón ante Barella, que Busquets perdiese un balón sencillo en el mediocampo para propiciar el 1-2 de Lautaro o que De Jong no realizase una correcta cobertura sobre Eric en el 2-3 no es responsabilidad de Xavi, pero sí lo es que esos tres goles sean producto del desorden defensivo. También lo es que con empate y el resultado en contra, el plan de partido consistiese en centros imposibles a Lewandowski, jugadas ‘maradonianas’ de Dembélé o Raphinha, como de romper al equipo desde las sustituciones con sobrepoblación del mediocampistas y delanteros, que era muy propio de Koeman.
Porque no pedíamos que este FC Barcelona ganase la Champions League. Queríamos que se limpiase la imagen del club. Caer dignamente y no por errores propios. Volver a competir de verdad y recuperar la filosofía que un mediocampista como Xavi debía imponer. Pero hasta él mismo se está traicionando con un estilo en el que no es vertical está destinado al banquillo. Y Xavi, que era proclive a ser pacientes, demostró que saber ser inferiores es una lección que le queda por aprender.