El FC Barcelona no ha tenido ni milagro para clasificarse a los octavos de final de la UEFA Champions League ni orgullo tras perder contra el Bayern de Múnich
Crónica de Joan Cebrián (@Motijoan)
El FC Barcelona se ha abrazado a la tristeza en la UEFA Champions League después de perder con un contundente 0-3 ante el Bayern de Múnich. Ganar era una obligación para llegar a los octavos de final, pero la fragilidad de la situación hablaba por sí sola cuando inicialmente dependía de un empate o derrota del Inter de Milán ante el Viktoria Plzeň. En otra época ver a un Barça desacertado en la mayoría de aspectos del juego colectivo sí aplicaría aquello que canta Fito Cabrales de «vi lo que no mira nadie», pero desgraciadamente para los blaugranas, esa sigue siendo la realidad en la actualidad. Pero la última parte del verso sigue siendo la misma: vergüenza y pena.
Xavi Hernández llegó al encuentro intentando repetir la fórmula que el último fin de semana tanto había hecho disfrutar al Spotify Camp Nou con algunos cambios notables. Marcos Alonso, Héctor Bellerín y Franck Kessíe aparecieron en el once titular para sustituir a Eric García, Sergi Roberto y Gavi. La ausencia más notable fue la primera, puesto que García es el único jugador que no arrastraba ningún problema físico. Pedri González volvía a partir como falso extremo izquierdo, en búsqueda de ese equilibrio del balón tanto en la salida como en tres cuartos de campo. Pero el Bayern no sólo busca imponerse o matar cuando se le deja un poco de margen, hoy en día también quiere dominar psicológicamente, algo que se le da muy bien ante el FC Barcelona.
Ni un cuarto de hora necesitaron los bávaros para adelantarse al FC Barcelona. Sadio Mané le ganó la espalda a Bellerín y pasó de la explosividad de su carrera a la pausa de la definición en un abrir y cerrar de ojos. El partido del lateral fue un arma de doble filo: ¿insuficiente por su calidad individual o por volver en un escenario tan comprometido contra dos jugadores como Mané y Alphonso Davies? Con un guion lleno de preguntas, el Camp Nou se encontró ante una banda derecha completamente desprotegida. Ni Héctor, ni Kessié ni Ousmane Dembélé consiguieron ser una amenaza real ante el Bayern. El Barça había montado una balanza desequilibrada y no sabía cómo compensarla.
Esta era una noche en la que el Spotify Camp Nou debía dejar de lado la pena de tener que admirar el valor de la batalla. Teniendo definido su destino, lo que quería era dignidad, demostrar que con los rifles o los balones en su propia red no se matan las ideas. Sin embargo, la realidad fue que todo el partido del FC Barcelona se resumió en impotencia. Lo explicaba perfectamente Albert Morén a través de Twitter: el Barça de los cuatro centrocampistas tenía el mismo problema que el de los tres. Pedri era uno de los pocos consuelos culé por su belleza con el balón. Pero claro, sin la pelota en los pies los blaugranas de poco podían disfrutar del canario.
A la media hora Eric Chuopo-Moting volvió a anotar a favor del Bayern de Múnich. Robert Lewandowski definía la rabia contenida del Barcelona: no podía hacer nada estando prácticamente solo, una sensación muy distinta a la que vivía en Múnich. Quizás algunos culés puedan encontrar culpas en un penalti de Matijs De Ligt no señalado gracias a la intervención del VAR. Sin embargo, la realidad era dura para el Barça. El equipo debía asumir que estaba volviendo a ser inferior futbolísticamente ante uno de los grandes equipos del continente. Muchas preguntas y mucho dolor acumulado en medio de una necesidad de respuestas que son todavía más difíciles de encontrar entre el torbellino que es la urgencia.
Que el primer disparo a puerta del FC Barcelona -mejor dicho, lo que más se ha acercado- llegara en el minuto 91 y fuera Alejandro Balde el autor definía mucho la situación de los culés en el partido. Jugadores como el joven lateral izquierdo o Jules Koundé estaban a la altura del contexto exigente. En las pequeñas sinergias como la de Ansu Fati con Ferran Torres todavía había un clavo de esperanza para, al menos, dejar de ser tan tétricos. Pero en lo colectivo, que al fin y al cabo es lo importante cuando hablamos de un deporte de equipo, poco en lo que rascar. El Bayern es un equipo maduro y el Barcelona todavía se encuentra a medio camino de lo que era y será. Un gol de Benjamin Pavard en el descuento fue la sentencia de muerte. En Julian Nagelsmann estaba el rostro del buen hacer en Europa, en cambio, en el de Xavi la impotencia de no encontrar la tecla que se presupone que debía conseguir.
La suerte del FC Barcelona fue no encontrarse llantos desconsolados que estrangulan gargantas. El Spotify Camp Nou volvió a responder incluso estando en un momento de tocar fondo. Ir por segundo año consecutivo a la UEFA Europa League es un desastre para el club, ni más ni menos. Pero en lo que se refiere al Viejo Continente, como diría el poeta Manolo Chinato, ahora el Barcelona tiene dos opciones: comportarse como un anciano encorvado al que la tierra le llama o luchar para volver a esas tierras agrietadas para, en un futuro, ver de nuevo el trofeo que ama.