Gavi en un mundo de enanos

En esa edad donde no sabes poner una lavadora, imaginar un futuro queda lejísimos y tu mayor preocupación es llevar los deberes hechos al día siguiente, Pablo Martín Páez Gavira debutaba en una categoría donde solo llegan los elegidos. Necesitábamos que alguien nos abriese los ojos. Ese golpe de realidad que nos confirmó que ya era uno de los mejores tenía nombre y apellidos. Corazón y cabeza nos invitaban a sentir y pensar que aún era pronto porque no estaban preparados para asimilar que un chico nacido en 2004 jugase tan bien al fútbol. Algo parecido a lo que sentías (al menos yo) cuando los de 4 cursos menos te pegaban una paliza en la pachanga del recreo. Aunque pensándolo bien, ahí el problema éramos nosotros.

La irrupción de Gavi fue como un gol en el 120′ que fuerza una tanda de penaltis, el mensaje de la chica que te gusta 1 hora antes de que coincidáis en la misma fiesta o ese correo recibido un jueves a las 20:00 que empiezas a leer con desidia y acabas con una sonrisa de oreja a oreja. «Buenos días (a las 20:00), alumnos. Lamento comunicaros que se me va a hacer imposible impartir la clase de mañana viernes debido…» Y ahí es cuando desconectas, sonríes, abres WhatsApp y escribes en el grupo de colegas que si hoy se hace algo, que es jueves universitario (después de la Europa League, claro). Si os quedan muy lejos esos jueves o en vuestra época estudiantil el correo electrónico era una tecnología relativamente nueva, imaginaos la sensación. La irrupción de Gavi fue eso que no esperas y te hace el día, la semana, el mes o las décadas.

Ese niño de piernas arqueadas que juega con los cordones desatados es diferente. Y lo es porque ha conseguido enfrentar dos bandos en los lados ‘opuestos’ de la historia. Aquellos que un día parecían rehuir de la agresividad y el fútbol ‘físico’ hoy comandan el barco de Gavira, y los que veían este fútbol como solución antes que problema son sus mayores detractores. Y esto no hace sino reflejar filias y fobias de unos y otros, unas que, como los buenos aprendizajes de la vida, se vuelven en tu contra cuando menos lo esperas.
El sevillano ha roto el molde porque, a pesar de haberse criado en Los Palacios, juega al fútbol como un ciudadano más. Trabaja como aquel que lucha por llegar a fin de mes y no puede permitirse no estar al 100% en todo momento porque sabe que peligra su puesto y se divierte como ese que está tranquilo y confía plenamente en lo que hace. Su fórmula para triunfar es ser uno más. El mejor de los mortales.

Ese chaval que hace unos meses debería haberse comido la cabeza decidiendo en qué carrera pasaría los próximos 4 años de su vida, o lo que es lo mismo, en qué aula perdería horas y horas escuchando a un ‘profesor’ leyendo diapositivas para 80 alumnos (eso el primer día, acaban siendo 10), es diferente. Y no lo es porque lo diga yo, que no sé nada de fútbol, lo es porque la persona que más sabe del deporte rey me lo dejó claro hace unos meses. «Que bueno es el Gavi ese, eh» fueron las palabras que me dijo mi padre tras alguna de las muchas exhibiciones que dejó el canterano en sus primeros partidos con el primer equipo. Hacía meses que yo venía siguiendo el Juvenil A y conocía de primera mano lo que era capaz de hacer mi tocayo sobre el verde, pero no fue hasta que escuché a mi padre pronunciar esas palabras que supe que Pablo Martín Páez Gavira marcaría una época en el Camp Nou. Y es que mi padre sabe poco de bloques bajos, basculaciones o transiciones, pero sabe mucho de fútbol.

«Gavi es diferente. Lo primero que te diría es talento, pero también te diría que en defensa es el primero que trabaja y aprieta. Es un animal». Esto apuntaba Carles Martínez Novell, exentrenador de Gavi en La Masía, en una entrevista para Albert Blaya en Twitch. El joven centrocampista no negocia un esfuerzo porque así entiende el fútbol: morir recuperando el balón para matar cuando sea tuyo. García Pimienta, también con Albert en la plataforma morada, decía lo siguiente: «Es cierto que el físico, a nivel de altura, no le acompaña, pero es que le da igual. Gana duelos de cabeza, es valiente, llega al ataque y sin darte cuenta ya está defendiendo atrás». A este chico nunca le importó tener en frente a un juvenil del Espanyol, a Goretzka o Adama Traoré porque lleva la competitividad por bandera. Achicarse no es una palabra que aparezca en su diccionario.

Igual de importante es no sobredimensionar el rendimiento de un jugador tan joven como no normalizar que niños de 18 años marquen diferencias en la élite. Normalizar a Gavi sería ser muy injustos con el resto de futbolistas. Sobre esto dejó unas palabras muy interesantes Franc Artiga, el que fuera último entrenador del andaluz antes de dar el salto al primer equipo: «Lo que va a cambiar en Gavi va a ser nuestra mirada. El aficionado en un año ya no se acuerda de la edad». La evolución en un futbolista que aún se está formando nunca será lineal, y si esta lo fuese sería una mala noticia. Las caídas, las derrotas y las cotas bajas de rendimiento son inherentes al ser humano, y querer saltarlas como si fuesen un diálogo aburrido de un videojuego no hará más que jugar en nuestra contra. Aprender, relativizar el dolor y entender que el fracaso no es más que una parte del éxito futuro. Difícil pero necesario.

En la vida, para ser, primero tienes que creer y después parecer. Es un método infalible. El reciente ganador del Golden Boy creyó, pareció y ahora es. Creyó que podía ser un gigante (sin serlo), transmitió a compañeros y rivales que ya lo era y lo terminó siendo sin que nadie lo pusiese en duda. Como si se tratase de Lemuel Gulliver, protagonista de Los viajes de Gulliver, Gavi se inmiscuyó en un viaje del que, a diferencia de la novela escrita por Jonathan Swift, tendrá difícil salir. Él no ha dejado de medir 173 cm, pero su espíritu aventurero le ha llevado a un mundo paralelo donde, siendo igual de ‘bajito’ que siempre, la percepción es totalmente distinta. Y la vida no es otra cosa que percepción. Nadie te tratará en base a lo que eres, sino a lo que perciben que eres. Si en 1726 Liliput (país en el que habitan personas minúsculas) recibió la visita de Gulliver, en 2022 el nuevo inquilino tiene cara de niño, es tímido y parece que nunca le han enseñado a atarse las zapatillas. Un gigante en un mundo de enanos.

El texto debería haber acabado con el anterior párrafo, pero siento que debo terminar con esto:

«Cómo a nuestro parecer/cualquiera tiempo pasado fue mejor». Cuando Jorge Manrique escribió estos versos, que después serían el inicio de un clásico de la literatura española como Coplas por la muerte de su padre, a Hans-Max Gamper aún le quedarían más de 400 años para fundar el Fútbol Club Barcelona, pero me resulta curiosísimo como el poeta palentino retrata a la perfección la (ir)realidad que lleva viviendo más de un lustro el aficionado culé. Una (ir)realidad irreal. Una (ir)realidad distorsionada por unos futbolistas y un entrenador de dibujos animados. Una (ir)realidad que no volverá. Una (ir)realidad que jamás existió.
Gavi puede ser esa semilla que termina germinando en lo que más necesita el club hoy: desprenderse de esa camisa de fuerza que le impide avanzar. Mirar hacia atrás, sí, pero nunca anclarte a un pasado que (a nuestro parecer) siempre será mejor. En un equipo donde Araujo es Puyol, Pedri es Iniesta y Ferran puede recordar a Villa, que Gavi sea Gavi cobra un valor incalculable. Parece poco, pero es muchísimo.

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