Artículo escrito por Diego González (@DGGonzalez_).
Como las lluvias en verano o la manga corta en invierno, ver que el FC Barcelona gane sus partidos gracias a su defensa es darle la vuelta a la realidad. Es suficiente un dato para resaltar la positiva evolución que ha adquirido el equipo desde la llegada de Xavi Hernández al banquillo: 12 porterías a cero en 16 jornadas. La estadística sorprende por el cambio de cara que sufre el conjunto culé con su versión en la Champions League, donde encajó 12 goles en seis partidos. Una diferencia marcada por el castigado estilo de juego de la mayoría de equipos de LaLiga, mientras en las competiciones europeas reina el descontrol, un factor impropio para el Barça.
Nadie imaginaba esta versión actual del equipo, carente de soluciones en ataque pero solvente sin balón. Al margen de la característica presión alta ejecutada por Xavi, el valor añadido se encuentra en su juego en estático cuando carece del control del juego, como ocurrió en la segunda parte contra el Atlético de Madrid el pasado domingo. Tres líneas sin grandes separaciones y donde resaltan dos centrales que combinan rapidez de movimientos con altura, como son Araújo y Christensen.
Del uruguayo sobra decir la importancia progresiva que ha adquirido desde su debut con la elástica azulgrana siendo un desconocido. Si bien sus flaquezas con balón le relegaban a un papel menos importancia, su imponente físico en cortos y grandes espacios le ha llevado a ser una pieza clave para el futuro del club. Al uruguayo, además de algunos partidos al lado de Koundé, hay que incorporar la figura de Christensen, también con un papel totalmente inesperado.
Sincera y personalmente, nunca fui defensor del fichaje del danés pese a conocer su rendimiento. También desde aquel destrozo que le realizó Vinícius Jr el año pasado y que le llevó a ser sustituido en el descanso. Tal vez la fría sensación que transmitía al jugar condicionase también mi opinión, un poco similar a la sensación con Lenglet, pero Christensen me parecía que llegaba para ser el cuarto central del FC Barcelona. No dudaba de sus características, que evidentemente encajaban en el ADN, pero sí de su capacidad de ejecutarlas. Y sin hacer mucho ruido, ha desterrado a Èric García cuando parecía un ser intocable.
Con un 96% de efectividad en pases, 100% de efectividad en duelos ganados y 100% de efectividad en duelos aéreos, Christensen se consolidó como uno de los mejores jugadores del última partido en el Estadio Metropolitano, secando totalmente a Joao Félix y Griezmann. Si los datos son importantes, más lo son las sensaciones, sin mostrar en ningún momento debilidad alguna.
De Araújo destaca su exhuberancia física para ganar los duelos, mientras Christensen abandera la corrección. Siempre con suma limpieza, sin cometer imprudencias y elevando la elegancia en cada acción. Y así es imposible que no te recuerde en ciertas acciones a Piqué, descontando de la leyenda del ‘3’ sus atrevidas acciones en momentos puntuales.
Entre el uruguayo y el danés, además del sorprendente nivel de Balde y la consistencia de Kooundé, la defensa blaugrana ha conseguido revivir a Ter Stegen cuando su nivel le acercaba a una sustitución más cercana de lo esperada. Pero al alemán le ha vuelto hasta a crecer el pelo -sea por un milagro u obra de la acción humana- y recuerda a aquella versión de la temporada 2014/15 cuando sus reflejos bajo palos parecían sobrenaturales.
Es el nuevo Barça al que nos deberemos acostumbrar. Donde el juego sigue ocupando el primer lugar en importancia, pero sin el nivel correspondiente, la evolución ha provocado que destaquen otras facetas que nunca han sido protagonistas en el club, salvo aquellas temporadas con Ernesto Valverde. Paradójico que la recuperación defensiva haya llegado de Xavi, pero tal vez este sea su fórmula del éxito.