Los culés consiguen su primer título en casi dos años después de superar al Real Madrid por 1-3 en la gran final
Crónica de Joan Cebrián (@Motijoan)
En otras épocas, la Supercopa de España no era el título más deseado. Un trofeo nunca desencaja en una vitrina, pero poder optar a él era una consecuencia de algún éxito anterior en forma de Liga o Copa del Rey. Sin embargo, tanto el formato de la competición como la situación del FC Barcelona han cambiado con el tiempo. La última vez que los culés ganaron un campeonato fue en abril de 2021, cuando se impuso al Athletic Club en la Copa. Con un proyecto a medio camino, ganar la Supercopa tenía más importancia por lo emocional que por lo material. El Barça, consciente de su situación, se ha impuesto con un contundente 1-3 ante el Real Madrid para endulzar de nuevo el sabor del metal a través de la victoria.
Precisamente la superioridad del Barcelona en la final nació a través de la racionalidad. Xavi Hernández tuvo clara cuál sería su faceta principal ante los merengues: apostar de nuevo por cuatro centrocampistas. Sin embargo, en esta ocasión el elegido para ser el extremo izquierdo fue Gavi. Categorizar de extremo falso o ‘puro’ al extremo carece de sentido, ya que el sevillano traslada al césped la calle, el lugar donde todo es posible con un balón. El técnico egarense dio con la tecla al acercar tanto a él como a Pedri González al área, algo que implicó beneficios en todos los estamentos del juego. Con un cordón de seguridad atrás, los blaugranas se mostraron con la confianza necesaria para ser superiores durante el enfrentamiento.
El Barcelona empezó con unos buenos minutos donde tanto la pelota como los jugadores fluían. Hasta entonces el guión era esperable dentro del contexto blaugrana, ya que las incógnitas eran otras: la efectividad y la regularidad a lo largo de los 90 minutos. El equipo de Xavi las solventó rápido al avisar a Thibaut Courtois, que fue el mejor jugador del Real Madrid. A los 10 minutos Robert Lewandowski tiró un cabezazo por encima de la portería y poco después obligó a Courtois a intervenir, que sacó una gran mano ante un tenso tiro del culé. Por mucho que en otros momentos el belga fuera el sostén madridista a través de un nivel irreal, el portero no pudo evitar la hemorragia de la defensa merengue.
Pasada la media hora, Antonio Rüdiger inició el mundo al revés. El alemán demostró que las apariencias, como las portadas de los libros, pueden engañar. Teniendo en mente las últimas semanas, el Barcelona tenía más números a pagar caros los errores que no el Madrid. Sin embargo, Rüdiger falló en dos aspectos clave para desmentirlo. Primero cedió un mal balón a Eduardo Camavinga y después corrigió tarde su posición para cubrir a Lewandowski. Con espacio, el polaco no dudó: buscó a Gavi, que definió con mucha calidad ante Courtois. El robo del balón fue de Sergio Busquets, que se encuentra en un punto vital en el que su juego no acepta puntos intermedios. Actualmente el espectro de Busquets consiste en ser el señalado o el elogiado, y para no dejar escapar la oportunidad de levantar su primer título como capitán, impuso el último aspecto. La ayuda de Xavi desde la pizarra y Frenkie De Jong en el césped fue fundamental para su buen ver.
Definido el 0-2 a placer, los de Xavi Hernández se mostraban una madurez anhelada en la rutina. El partido era definitorio para el futuro, pero su carácter llevaba al pasado: concretamente al 0-4 que los culés le endosaron a los merengues en el Santiago Bernabéu
Lejos de venirse abajo como lo hizo en otros partidos, el Barça se vino arriba. Tenía a su gran rival en el lugar en el que quería. Ni Toni Kroos, ni Luka Modric, ni Karim Benzema tocaban el balón como querían. Sí lo hacía el conjunto culé, superior. El equipo simplemente no mostraba fisuras que en otros momentos sí y aprovechando los errores del contrincante. El segundo gol llegó de la mano de un pase esencial de De Jong, que vio cómo Gavi cogió correctamente la espalda a Dani Carvajal. Con el balón en los pies, el canterano devolvió el favor a Lewandowski con una asistencia. Definido el 0-2 a placer, los de Xavi Hernández se mostraban una madurez anhelada en la rutina. El partido era definitorio para el futuro, pero su carácter llevaba al pasado: concretamente al 0-4 que los culés le endosaron a los merengues en el Santiago Bernabéu.
En la segunda mitad los blaugranas se mostraron diferentes. No porque empezara a jugar peor radicalmente, sino porque buscaba la racionalidad en todo momento. A sabiendas de la gran relación del Real Madrid con la épica y el espectro emocional, los gestos de Pedri revelaban todas las intenciones del Barcelona. Pedía calma con el balón y así la tuvo. Los culés no fueron verticales porque sí, pero tampoco bajaron la velocidad con la que circulaba la pelota. El Barça tenía tan claro que estaba donde debía estar que Xavi ni siquiera prolongó su dinámica de cambios habitual, los hizo cuando los tenía en la mano. Precisamente el canario puso el 0-3 con otra asistencia de Gavi, que con 18 años se hizo dueño de la final de la Supercopa. Tener a Vinicius Jr contenido gracias a Ronald Araújo y Jules Koundé no hizo que Marc-André Ter Stegen estuviera inactivo. El alemán intervino durante la segunda mitad, pero al filo del pitido final, Benzema anotó el tanto del honor para los merengues.
La final de la Supercopa de España era uno de los escenarios más peligrosos para perder. Más allá de la exigencia que implica estar en un club como el Barcelona, perder contra esta versión del Real Madrid podría haber desatado el sentido de la urgencia en la Ciudad Condal. Pero los blaugranas lo han evitado con un contundente resultado en el que no sólo cumplían con el objetivo matemático, también con el cualitativo: imponerse jugando bien, o al menos siendo superior. Superados los 700 partidos, Busquets ha levantado su primer título como capitán culé. En sus declaraciones postpartido se le escapaba el nombre de Johan a la hora de mencionar a Xavi y su idea, un gesto automático que delata en qué proceso se encuentra el Barça.