Artículo escrito por Domingo Lores.
Es la primera vez desde que el Covid llegó a nuestro planeta que entro a ver la clasificación liguera y veo al Barça líder cinco puntos por encima del Real Madrid. Por aquel entonces, Valverde era nuestro entrenador, el PSG ofrecía 90 millones por Rakitic, estábamos a punto de conocer a Origi y nadie sospechaba que Messi se iría del club de su vida. Casi cuatro años después, una consecución de sucesos convirtieron al Barça en una bomba de relojería, un espacio sin cabida para la tranquilidad. Ni siquiera para un pequeño respiro. Un lugar donde la economía asfixia, la situación deportiva aterra y el entorno intoxica.
Ahora, y no lo quiero decir muy alto, hemos llegado a un momento de relativa calma. Con asteriscos. Xavi ha devuelto la identidad al juego, hay un grupo que confía en él y los resultados acompañan con una añorada regularidad. Sin embargo, el buen fútbol no está siendo constante y estamos en Europa League por segunda temporada consecutiva. Pero bueno, digamos que el agua ha bajado del cuello al ombligo. Ganar la Supercopa de España fue para nosotros el título menos menor de los títulos menores. No solo por ser el primero de Xavi, pero sino por rival que se tenía enfrente y como se le ganó. No había mejor manera de plantar cara que con un -nuevo- baño al Real Madrid, el rey de las finales. Se demostró que se puede ganar a cualquiera (es el campeón de Europa) y que para nada fue cuestión de suerte (Ter Stegen ni se despeinó). Si en la capital siguen soñando con Gavi, se dice y no pasa nada. Ahora lo llaman asesino, en fín.
Pero como ya pasó el año pasado tras el 0-4 en el Bernabéu, nos dejamos llevar por la euforia y vino el batacazo ante el Eintracht. ¿Vamos a tropezar otra vez con la misma piedra? La oportunidad para cambiar el rumbo de manera definitiva es única. Sobre todo, después del sorteo de semifinales de la Copa del Rey. La suerte ha querido que, aun con la resaca de la final de Arabia, tengamos tres Clásicos en un mes. Dos coperos y uno en Liga. Dos en el Camp Nou y el otro en Chamartín. El partido del año repetido por partida triple en 35 días.
El golpe decisivo aguarda. El cambio de rumbo hacia la verdadera nueva era. Ganar un Clásico, puede ser casualidad. Ganar cuatro sería realidad. Aunque tampoco pido eso. Llegar a una nueva final eliminando al Madrid, y salir del partido liguero con el liderato en manos culés nos deja más que satisfechos. A ojos del mundo el panorama cambiaría. Se acabó lo de ser el hazmerreír de Europa y que los equipos que antes temían enfrentarse a ti, ahora te miren por encima del hombro. La solución a un problema, mayoritariamente mental. El fin a las secuelas de Roma, Liverpool, el 2-8 y los chanchullos de Bartomeu. Volver a ser el Barça. Los primeros frutos reales de un proyecto de gente del Barça, para gente del Barça.
No veo la hora de que llegue esta retahíla de partidos. Tengo mono de ti, Barça. Cada día más. Quiero volver a ser feliz contigo. Como cuando era niño. No te he abandonado en ningún momento, ni cuando el Camp Nou estaba vacío. Estoy contento porque sé que hay proyecto y ansioso porque esos frutos están cerca. La oportunidad se debe aprovechar, no quiero quedarme otra vez varado en la orilla de la gloria. Por eso, el sorteo copero ha sido un regalo, con la vuelta en casa y el liderato en la mano. ¡Qué ganas tengo de volverte a ver descorchando cava, Laporta! ¡Que ganas tengo de volver a Canaletas! ¡Qué ganas tengo de ganar, Barça!