La Liga del playoff, supuso la última oportunidad de levantar un título para un Barca de Venables que siempre estuvo más cerca en las matemáticas que en la realidad
Artículo de Jesús Núñez
Dicen que los cambios no son siempre para bien, y la Liga del playoff de la temporada 86-87 es el mejor ejemplo. Un invento de la cúpula del fútbol español para producir más ingresos a través de las taquillas y perder más comba con la emergente Serie A que desembocó en una temporada interminable, con estadios semivacíos en un playoff que no le importó a nadie salvo a los dos equipos que se jugaron el título. Y es que tras 34 jornadas, el efímero playoff nos traía tres grupos de seis equipos respetando la puntuación obtenida en la liga regular que lucharían por el título, la clasificación para una Copa de la Liga que jamás se disputaría y la permanencia. En definitiva, una temporada de nunca acabar que se iría a las cuarenta jornadas, que terminaría con los estadios vacíos y el cemento calentado por el sol primaveral.
Precisamente, el cemento fue una de las características principales del Barcelona en la temporada 86-87. La final de Sevilla había echado al público del Camp Nou. La enorme desilusión y la sensación de que si no se ganó la Copa de Europa en casa ante un rival semidesconocido no se ganaría nunca, vacíaron el Estadi desde el mismo Trofeo Joan Gamper.
Con el imposible de mitigar tal decepción, llegaron cuatro fichajes de postín: uno de los mejores porteros del mundo y titular con la selección española, el centrocampista español de mayor proyección y los dos mejores delanteros del fútbol inglés con permiso de Ian Rush. Tras un verano donde como era la tónica habitual de la época sonaron mil nombres para el Barcelona como Mino, Tomás, Francisco o el propio Rush. Pero llegaron Zubizarreta, Roberto, Mark Hughes y Gary Lineker. Los delanteros de moda en las Islas. Dos rematadores puros aunque distintos y teóricamente complementarios. El galés era un hombre de choque valiéndose de su potencia física. Gary tenía una extraordinaria punta de velocidad al espacio. No era una maravilla técnica pero sí oportunista y fiable como pocos. Así lo demostró en el Mundial de México anotando más goles que nadie. Un nuevo dúo extranjero para suplir a los principales damnificados por la derrota contra el Steaua: Archibald, que llegó entre algodones a Sevilla por cabezonería de Venables y Schuster. El alemán llegó con mala uva a la final y se fue en taxi antes de que finalizase el partido. Apartado por el club y en pleno proceso judicial entre ambos, su nombre sonaría como una bomba durante toda la temporada ante un Barcelona que, sin él, era incapaz de encontrar alguien que pudiese organizar el juego en un mediocampo donde primaba la fuerza sobre la técnica.
Ante el talentoso y emergente Madrid de la Quinta, Venables había confeccionado uno de los equipos más físicos de Europa. ¿Cómo ha cambiado el cuento, verdad? Zubizarreta bajo los palos, criticado hasta la saciedad por parte de una afición que añoraba al carismático Urruti. Gerardo, Migueli, el siempre solvente Moratalla como sustituto del lesionado Alexanco y uno de los mejores laterales zurdos de Europa como Julio Alberto formaban la clásica defensa de cuatro de Terry.
Su fútbol era el peor de la década, el Camp Nou no llegaba a la media entrada y pese a la clásica plantilla larga de Venables, la rotación era corta
Roberto como sustituto de Schuster en el mediocentro acompañado por dos gregarios como Víctor y Calderé completaban el mediocampo. El aragonés era todo fuerza y empuje. El canterano tampoco iba escaso de potencia, pero acompañaba a su fútbol de un buen manejo del balón y sobre todo, mucha llegada al área. Ambos habían completado un excelente Mundial en el 86. El Lobo Carrasco, sin embargo, no contó ni un minuto para Muñoz en México. Pero desde su nueva posición de mediapunta estaba haciendo la mejor temporada de su carrera. Arriba, Hughes no se enteraba de nada. Desubicado totalmente en el campeonato español, golpeaba más cabezas de centrales rivales que balones. Lineker, por contra, era el nuevo ídolo de la afición, sobre todo tras sus tres goles al Madrid en enero del 87.
Así, con esos mimbres, el Barcelona comandaba sorprendentemente la clasificación general. Su fútbol era el peor de la década, el Camp Nou no llegaba a la media entrada y pese a la clásica plantilla larga de Venables, la rotación era corta. Signo de que la confianza entre entrenador y futbolistas no era la de la primera temporada del inglés. Sólo Marcos, Urbano y los siempre eficaces Pedraza y Manolo, alternaban con los titulares. El equipo daba la sensación de estar cogido con alfileres, pero el pressing, la fortaleza física, una pétrea defensa que recibía menos goles que nadie y la media inglesa de Terry, victoria en casa y empate fuera, lo mantenían en lo más alto…. Hasta que un marzo maldito se llevó todo por delante. A la eliminación en la UEFA contra el sorprendente Dundee United se unieron la clásica derrota en Zaragoza y el 0-4 del Sporting en el Estadi que terminó con el liderato. También con la paciencia de Venables y la afición con Hughes, cortado en plena temporada y sustituido por Archibald, que en un ejemplo de profesionalidad, estaba jugando en el Barcelona Athletic. El equipo se rehizo y a lomos de un sensacional Carrasco terminó la temporada regular a un sólo punto del Madrid y ganando 0-4 en el Calderón.
Todo listo para el mano a mano en un playoff que comenzó con un meritorio empate en el Bernabéu. Bastaba con no fallar en el resto de partidos para seguir dependiendo de sí mismo en el clásico del Camp Nou. Sin embargo, aquel equipo cogido con alambres se vino abajo de una manera consecuente al juego ofrecido durante la temporada. Un empate en Sarrià y otra derrota en La Romareda justo antes de la visita del Madrid dejaban el título casi visto para sentencia. A cuatro puntos de un Madrid que contaba sus partidos por victorias, el Barcelona en la tarde del plantón de la prensa gráfica y otra vez en un Camp Nou que no llegó al lleno, sacó fuerzas de flaqueza para imponerse por 2-1 con goles de Roberto y Lineker. No fue un Clásico brillante, tal y como era aquel Barcelona en plena decadencia, pero al menos quedaba un hilo de esperanza con cuatro partidos por delante.
Nada más lejos de la realidad. El Barca volvió a fallar en El Molinón y el Madrid de la Quinta conseguía la segunda de sus cinco ligas consecutivas. Una temporada como reflejo de una década. Pesimismo histórico, polémicas por doquier y un título perdido tras no caer en ninguno de los cuatro duelos contra el Madrid y hacerlo en Murcia, Zaragoza y Gijón. La Liga de la temporada 86-87, la del playoff, supuso la última oportunidad de levantar un título para un Barca de Venables que siempre estuvo más cerca en las matemáticas que en la realidad.