Sergio Busquets pone punto y final a su etapa como jugador del FC Barcelona después de 15 años en el club
Perfil de Joan Cebrián
«Nunca rompas el silencio si no es para mejorarlo», decía Ludwig van Beethoven. Sergio Busquets ha hecho de esta frase del compositor su rutina desde el momento en el que debutó como profesional en el FC Barcelona. Ha sido fiel a esta idea hasta en su última temporada en el Camp Nou. 15 años después, el mediocentro pondrá punto y final a una etapa en la que ha hecho de todo sin alzar la voz. Ha triunfado, ha fracasado, ha reescrito la forma de entender su posición y ha sido generado placer con su juego sin prácticamente pronunciarse. El futbolista de 34 años nunca ha sido un hombre de muchas palabras. Incluso tomada la decisión de su destino, ha dejado que otros hablen en su lugar antes que él.
Más de 700 partidos, 18 goles y 45 asistencias no son un buen resumen de la carrera de un mediocentro que ha engañado a todo el planeta. Sergio Busquets pertenece a ese grupo de electos que ha hecho creer que jugar al fútbol en su posición bajo su estilo es fácil. El jugador de Badía del Vallés cambió la sonoridad de los choques por el hedonismo de los pases. Las quilométricas carreras dignas de Juegos Olímpicos por la prudencia de ser el hombre adecuado en el sitio adecuado. Busquets entendía que no podía renegar del alma de delantero ‘jugón’ que tenía en las etapas formativas por cambiar de posición. Que las etiquetas eran para aquellos tozudos que las quieren endosar.
Pep Guardiola le tomó como uno de sus pupilos para pasar de ser «el hijo de Johan» a «el padre de Sergio» entre otros. El deporte entendido como fútbol dejó de ser el mismo desde que el de Sampedor debutó en los banquillos. Porteros con almas de mediocentros, centrales más pulcros con el balón que muchos delanteros, laterales ejerciendo el rol de interir… Pero entre todas sus aportaciones, la de colocar a Sergio Busquets es adentrarse en intentar descubrir quién apareció antes, el huevo o la gallina. Mientras los focos estaban por otros lares -con toda la legitimidad del mundo, todo sea dicho-, Busquets hacía la revolución a la silenciosa.
Sergio Busquets ejemplifica el tipo de persona que nunca alza la voz dentro de un grupo de amigos, pero cuya importancia es tangible en el preciso instante en el que está ausente. Sólo así uno puede explicarse que el FC Barcelona nunca le haya encontrado un sustituto, y no por falta de intentos. Javier Mascherano hizo de jefe como central en lugar de mediocentro defensivo, Alex Song destacó por pensar que Carles Puyol quería que fuera él y no Eric Abidal quien levantara la liga, a Sergi Samper le mató tanto la expectativa como la realidad y Miralem Pjanic nunca tuvo el beneplácito para jugar regularmente como blaugrana. Nombres absorbidos por la confusión que generaba ver jugar regularmente a Busquets. No fue por falta de avisos como los del exfutbolista Juan Román Riquelme, cuyo discreto paso por el Barça no quita que tenga una precisión clínica a la hora de valorar y analizar el deporte rey.
Busquets hacía mejor el equipo, que si no iba bien, encontraba en el de Badía del Vallés un signo de preocupación. Sin embargo, lo que en un momento dado servía como termómetro se convirtió en una patata caliente. Después de 2018 el jugador de Badía del Vallés dejó el superávit. Regaló a los aficionados el ejercicio más humano posible: demostrar que no es ningún tipo de deidad, que todo el mundo tiene debilidades. Sin embargo, a partir de la noche negra de Anfield todo cambió. El peso del clímax futbolístico que protagonizó en la final de la UEFA Champions League de 2011 en Wembley pasó a tener carácter negativo tras perder por 4-0 contra el Liverpool FC.
La regularidad futbolística con la que vislumbraba anteriormente se convirtió en ruido a su alrededor entre detractores y férreos defensores. El debate generado sobre Sergio Busquets era una pelea a gritos desde la barra del bar. O era el culpable de todos los males del FC Barcelona -e incluso de crímenes contra la humanidad- o sólo el contexto era responsable de sus malas acciones -también cuando se la jugaba en exceso en ocasiones precipitadas-. Desde entonces Busquets se ha agarrado a su mejor aliado lejos del césped, el silencio, que durante los últimos años también le ha jugado malas pasadas. Tan útil era no hablar cuando todo era coser y cantar como necesario en el momento en el que se hizo responsable del brazalete de capitán, o en plena crisis institucional, cuando el Barcelona iba ahogado tanto dentro como fuera del campo. El héroe del silencio falló en el momento en el que se le pidió que dejara de ser Juan Valdivia para ser Enrique Bunbury.
A pesar de la mala pasada que puedan jugar los últimos años dentro de la memoria, el canterano ha decidido poner punto y final a su etapa como blaugrana después de 15 años. Todo un tiempo en el que ha confundido al deporte rey haciéndolo parecer algo sencillo. Sin ni siquiera tener ganas de presumir de ello con dos tonos de más cuando tenía todo el derecho del mundo a hacerlo. Sergio Busquets se marcha como llegó: con pocas palabras y mucho fútbol a sus espaldas. Técnicamente su contrato acaba el 30 de junio, pero después de esa fecha el mediocentro seguirá engañando al FC Barcelona. El club le buscará sustitutos, y ante la imposibilidad de adquirir los que realmente se parecen a él, la masa social seguirá desorientada. Aplaudiendo a jugadores ‘mediocres’ a su lado o repudiando los que tienen asumido que nunca serán él. La sombra de Busquets tan larga como las dificultades a las que el Barça deberá enfrentarse para romper el silencio futbolístico de una de sus leyendas.