VOLANDO SOBRE SARRIA TRAS WEMBLEY

Artículo escrito por Jesús Núñez.

Dice Jorge Valdano, tan de moda últimamente por su curiosa interpretación del Barcelona y la dictadura franquista, que «el fútbol es un estado de ánimo». Una aseveración que podría resumir a la perfección lo que fue la Liga 91-92 para el Barcelona y como Wembley y ese cañonazo de Koeman empujado por generaciones de barcelonistas, además de la ansiada Copa de Europa, nos trajo una liga que hasta aquella tarde noche londinense parecía imposible. Fue Wembley lo que permitió que el Barcelona volase hacia un título que solo podía perder el Madrid, porque hasta entonces, el equipo no lograba la combinación de juego y resultados que le hizo dominar de cabo a rabo la primera liga del Dream Team. Jugaba mejor que nadie porque tenía más talento, potencial ofensivo y mejores extranjeros que nadie, pero su irregularidad marcada por la distracción de Europa y lesiones tan importantes como la de Ferrer, básico en la defensa de tres de Johan y con los cruzados rotos desde noviembre, dispararon al Madrid en el liderato con ventajas que oscilaron entre los 6 y 8 puntos. Sólo la guerra psicológica de Johan y su «ganan pero no dan espectáculo» parecían sostener al Barcelona y desquiciar de tal forma a un Mendoza que echó a Radomir Antic siendo líderes. Su sustituto y viejo conocido del Madrid, pero también de Cruyff, con lo que ello suponía para el desgaste psicológico diseñado por El Flaco, no correría mejor suerte. Leo Beenhakker sería la siguiente «víctima» de Johan.

Una derrota en Tenerife y el posterior empate en casa contra el Burgos parecían dejar el título visto para sentencia. Pero todo eso fue antes de Wembley, porque después del Día D, el Barcelona voló y el Madrid empató en El Sadar. La metamorfosis del Barcelona post Wembley fue tal que dio la vuelta al gol average a base de goleada tras goleada. Barcelona y Madrid habían empatado sus dos duelos ligeros, así que los goles generales decidirían todo en caso de empate a puntos. El 0-6 en Valladolid cuatro días después de alzar la Copa de Europa avisó de lo que estaba por llegar. El Barcelona, definitivamente, había roto a jugar y ganar como nunca antes en el campeonato. Se trataba de obligar al Madrid a ganar en la caldera del Heliodoro Rodríguez López y así fue. Escribo estas líneas erizado recordando la ilusión de un niño que aquellos días por fin vio a su Barcelona ganar títulos como históricamente los había perdido.

Pero para ganar la «liga imposible» había que hacerlo antes en Sarriá ante el Espanyol, el mismo rival contra quien este domingo podemos levantar el título cuatro años después. El Espanyol de entonces vivía inmerso en un post Leverkusen que parecía no acabar nunca. Al descenso de la 88-89, parecía seguirles el de la 91-92. El hijo pródigo, Javier Clemente, era el tercer inquilino de un banquillo por el que habían pasado todo un campeón de Europa con el Estrella Roja como el yugoslavo Petrovic y el catalán Jaime Sabaté. En Javi y la Revolución Rusa de Galyamin, Moj, Kuznetsov y Korneev llegados en invierno, recaía la misión imposible de salvar a un Espanyol que había ocupado más jornadas que nadie el farolillo rojo de Primera División. Y así fue, pero aquella tarde dominical sin pasillo a los campeones europeos debido a la pésima relación entre Clemente y Cruyff, pasó un ciclón por Sarriá. Zubizarreta; Nando, Koeman, Ferrer; Eusebio, Guardiola, Bakero, Amor; Txiki, Stoichkov y Laudrup como falso 9, la alineación clásica de Johan dentro de lo que puede tildarse como clásica en los continuos cambios del holandés, ganaron 0-4 a sus vecinos. Koeman, Eusebio, Txiki y hasta Ferrer, recuperado in extremis para Wembley y estrenándose como goleador con el Barcelona, acercaban con otra goleada que volteaba el gol average con el Madrid, una liga que certificarían Buyo y Pier siete días después. 

El Espanyol, otra vez el Espanyol como en aquella lejana tarde de 1992, espera este domingo para quién sabe, ser recordado como el rival ante quien el Barcelona certificó una liga tan esperada como necesaria. 

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