No todos los héroes llevan Kappa

Está para jugar. En verano compartí un breve vídeo que mostraba mi relativa destreza dando toques a un balón e ironicé asegurando que se trataba de mi prueba de acceso a Twitter fútbol. Porque aunque suene noventero, a menudo leo y escucho críticas hacia un determinado entrenador, periodista o árbitro —cualquier día se extenderán a los jugadores— que se basan en el siguiente y muy peyorativo concepto: este tío no ha visto un balón en su vida. En la era de la sobreinformación del espectador-consumidor, exigimos sobreformación a los protagonistas. Queremos que sepan freír un botón y coser un huevo. Quizá por eso hoy nos emociona más un buen control del míster cuando el esférico se pierde por fuera de banda que un gesto análogo de un delantero en el área. Nuestra lógica aplastante nos hace sentir en buenas manos (buenos pies, en este caso) si el técnico encargado de repartir petos entre titulares y suplentes transmite además que está para jugar, como repetimos mentalmente y a veces en voz alta.

¿Tiene usted Instagram? Conte, Pirlo o Gattuso en Italia. Guardiola, Solskjær, Arteta o Lampard en Inglaterra. Zidane, Simeone o Koeman en España. Aunque suene noventero (bis), los equipos de élite persiguen la idea de entrenador JASP y multidisciplinar que sea a la vez portavoz, imagen de marca, paraguas institucional y auditor técnico-táctico. Se buscan hombres de club con idiomas y experiencia en redes sociales. No cuesta imaginar un proceso de selección en el que se pasa rápidamente de los imanes en la pizarra al lanzamiento de faltas en la frontal. En este sentido, Tintín cuenta con inmejorables credenciales para ocupar la silla ardiente que ha sido últimamente el banquillo culé. Tras El Clásico, Segurola avisaba de que Ronald debe «administrar su crédito sentimental» porque «sin éxitos, los mitos se erosionan pronto» y yo estaba de acuerdo hasta que en la noche de Turín —la noche de Pedri, para entendernos— cambió el viento y volví a ver el vaso medio lleno.

No todos los héroes llevan Kappa. Este Barça dispone de talento joven aunque sobradamente preparado que está además en buenos pies, los de un Koeman cuya presunción de inocencia debe mantenerse hasta que el campo demuestre lo contrario. Y más allá. El holandés habla alto y claro y sus desiciones refuerzan un sólido discurso meritocrático. En dos meses ha sabido ser poli bueno y malo, gestor de estrellas, revisor contractual por teléfono y maximizador de recursos técnicos. Sólo le falta cortar el césped o atreverse con una falta en la frontal para que el espectador-consumidor sienta que está para jugar. Su éxito dependerá en gran medida de su capacidad para recuperar un ingrediente escurridizo que #adíadehoy el Barça no tiene: pasión. La que no le transmite ¿ya? su capitán cada semana y la que no aportan ¿aún? los JASP de un equipo al que hoy derriba un soplo de viento. Reencontrarla será una labor titánica, pero la camiseta naranja Meyba asoma en el pecho del superhéroe de Wembley. El club está en sus manos como estuvo en sus pies.

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