De nuevo Europa. Tras el verano más trágico que recuerdo en la esfera culé, volvía la Champions al Camp Nou. El aficionado olvida más rápido de lo que creemos, o eso intenta mostrar. Y es que, cuando caes a lo más bajo no hay nada que pueda herirte. Los demás piensan que te hace daño, pero ya no duele. Y en esto de heridas, al aficionado culé le podríamos apodar ‘El Pupas’.
A pesar de ser un día gris, Barcelona se levantó sonriendo. Un Barça – Bayern tras 22 meses sin público en las gradas en la máxima competición europea no se ve todos los días. Las ganas de fútbol y la sed de venganza se mezclaban y hacían un cóctel explosivo. El aficionado culé sigue siendo el reflejo de un equipo que quiere huir de su propio pasado, pero no sabe ni cómo ni por dónde escapar. Esta era la oportunidad de abrir la primera puerta que marca el camino, pero la opción de que el futuro más inmediato se convirtiese, otra vez, en un pasado para olvidar acechaba con fuerza.
La Youth League fue el canapé que coges para matar el hambre pero que te acaba encantando. Repites una y otra vez, pero en un momento dado te acuerdas que hay que hacer hambre para el plato principal. Por lo demás, la previa fue de lo más normal. Onces previsibles por parte de ambos entrenadores y ‘Un dia de partit’ sonando en los aledaños del Camp Nou. A las 21:00 comenzó la batalla.
El partido fue todo lo que esperábamos y no deseábamos. El dominio del equipo alemán se reflejó en el marcador en el minuto 34, cuando un disparo de Thomas Müller rebotó en Eric García y se coló en la portería defendida por Ter Stegen. La suerte existe en el fútbol, pero cuando un equipo no para de generar ocasiones y apenas concede peligro, el término suerte desaparece. Quizás entiendo de forma equivocada el término, pero suerte hubiese sido que el conjunto de Koeman se adelantase en el marcador.
Un Barça impotente demostró en 45 minutos todas sus debilidades. Un Sergi Roberto diminuto ante la presión de Alphonso Davies, un Busquets minimizado ante un planteamiento defensivo o un Jordi Alba pasivo en cada una de sus intervenciones destruyó a un equipo que lleva años sin encontrarse en Europa. Y en medio de la catástrofe, ahí estaba Ronald Araujo. Lee la jugada y exige al rival ir al límite en cada acción. Espera el regate, cuerpea y roba. El uruguayo es el soldado que, aun sabiendo que la guerra está perdida, lucha por los suyos hasta el final. Y es que, como se suele decir: yo me iría con Araujo a la guerra.
Tras el descanso, se necesitaba una reacción que estuvo lejos de llegar. Koeman esperó un milagro propio de Leo Messi, pero miraba al banquillo y lo más ‘parecido’ que veía era Yusuf Demir. El segundo gol no tardó en llegar y, con un equipo alicaído, el neerlandés hizo debutar al austriaco y a Gavi en Champions. En apenas 15 minutos agotó los cambios.
Los siguientes en entrar fueron Mingueza, Coutinho y un nuevo debutante, Alejandro Balde. El tercer tanto de los bávaros fue simplemente para recordar que, aun yendo al 20% podían haber ganado el partido. Sin embargo, los niños mostraron orgullo y salieron a pelear cada balón como si fuera el último. La agresividad de Gavi y el desparpajo de Balde fueron dos de los pocos detalles que dejó el partido. La Masía para intentar olvidar los fantasmas del pasado, hacer que el presente no se convierta en un periodo de transición y volver a disfrutar de un futuro brillante. Este debería ser el camino.
El Barça no realizó ningún disparo a puerta por primera vez en toda la historia de la Champions League. Para mí, esto no es lo que hay. Entre caer eliminado y no competir cada año hay un gran paso. Las excusas no sirven.
El Camp Nou se divirtió más pasando una pelota por la grada que viendo un Barça – Bayern. Triste pero real. Lo que pasaba en la grada importaba más que lo que sucedía en el verde. No me hubiese sorprendido que los jugadores azulgranas entonaran los típicos ‘Ooooolé’. Ya que nos ponemos.