FUEGO A DISCRECIÓN | Jorge Ley
La Junta de Bartomeu, irremediable sirviente del paroxismo al punto de que se lo llevará a la misma tumba (Sería lo justo), ha tenido a bien poner todas las trabas burocráticas, mediáticas, legales e imaginarias para impedir el referéndum de censura que, a la misma hora que meten el pie, salen a contar que defienden vehementemente como proceso democrático a través de las vocerías habituales. He ahí un retrato insondable. Los demócratas (TM) han dicho que respetan las salidas honrosas y que, cómo no, ese voto de censura se ejecutaría a la brevedad. Ante la obviedad de la palabra atropellada, se les ha reprochado a inenarrables portavoces del mudo en jefe que deslegitimaran a la oposición organizada, que sembraran la duda sobre un proceso de recogida de firmas intachable y que, puestos a continuar el interminable carrusel de la mentira, se fueran corriendo a chivarse a la Guardia Civil de las fantasías que sus mentes parían con tal de desembarazarse de la guillotina que pende sobre sus cabezas. No, por favor. Hay un punto de genialidad en unos pobres sujetos que se piensan que manejan como dios un trasatlántico, que se les trata injustamente, cuando serían incapaces de dar control a un simulador de cartón frente a una pantalla verde; demostrando así que dos twitteros random cumplirían con un papel más digno al frente del Barça. Pero ellos son lo que son y hay que respetar su relación cínica, suicida e hilarante con el violín y la palabra.
Nada. Esta gente al mando le vendería su alma al diablo con tal de enterrar en la arena todos los desfiguros deportivos y legales cuyo gobierno eterno viene arrastrando desde que utilizaron el club como una bola de demolición contra sus enemigos mientras descuidaban cualquier principio obvio de gestión administrativa. Esta Junta saliente no es eficaz ni en lo que presumían como grandes credenciales. Y ahora Goldman Sachs se asoma por la ventana como un monstruo; un fondo de consecuencias impredecibles salvo en que, a buen seguro, representa todo menos buenas noticias.
El bartorosellismo no solo ha significado una traba inconmensurable para el progreso; ya lo dijimos, son consecuentes hasta el entierro. Además, sus operaciones fiscales de último minuto han hipotecado el club por los próximos años, como si no hubiese pudor en darle una patada más a la institucionalidad pisoteada. Esa que, en los tiempos de Laporta y Luz de Gas, defendían con notable apasionamiento, casi como si se lo creyeran. Ter Stegen, De Jong, Lenglet o Piqué podían esperar y no condicionar un vestuario ya inflamado con sus renovaciones, pero la gestión deportiva no es de su estricta responsabilidad y no hay nadie al volante con la grandeza suficiente para pensar en otra cosa que no sea en su pellejo. Y yo lo entiendo. Bajo esas alfombras habrá monstruos peores que Goldman Sachs, y más de un juzgado con ganas de ponerles las manos encima.